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Redacción PERÚ21

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Ariel Segal, Opina.21 arielsegal@hotmail.com

El 29 de noviembre de 1947, la ONU aprobó la creación de un Estado árabe y uno judío en la colonia británica de Palestina, que hasta 1922 incluía también al reino de Jordania. En el siglo II d.C., el emperador Adriano llamó Palestina a la provincia romana de Judea como castigo simbólico a los judíos que continuaban rebelándose contra su imperio, puesto que el nombre se deriva de Filistea: un reino cuyos habitantes llegaron al Medio Oriente desde islas griegas y que la Biblia destaca como uno de los peores enemigos de los antiguos hebreos.

Palestina pasó del dominio romano al cristiano bizantino y, a partir del siglo VII, al de diversos imperios musulmanes y, desde entonces, los árabes se volvieron mayoría sobre la población judía que marchó al exilio.

En 1947, el movimiento nacional del pueblo judío, el sionismo, aceptó, pragmáticamente, el plan de partición de la Palestina Británica, propuesto por la ONU a pesar de que ciudades fundadas por los antiguos hebreos, como Jerusalén, Hebrón, etc., quedaban en el lado del Estado árabe. Los gobiernos de los países árabes rechazaron ese plan y entablaron una guerra para "echar a los judíos al mar", y en 1949 Cisjordania quedó anexada a Jordania y Gaza pasó a control militar egipcio hasta que Israel conquisto ambos territorios en 1967. En esos 18 años, ningún país árabe se interesó en crear un Estado independiente palestino.

En 2012, el 29 de noviembre, como hizo el movimiento sionista, el moderado Fatah de Mahmoud Abbas logró que la ONU le otorgara al futuro Estado palestino el estatus de miembro observador. A Israel le convendría retomar el diálogo con Abbas para aislar al radical Hamas pues, de lo contrario, se darán condiciones para que se imponga la visión violenta y no la pragmática, que divide al pueblo palestino.

*Lea a Ariel Segal todos los sábados.