notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Beto Ortiz,Pandemoniobortiz@peru21.com

Cansado de jugar a lanzarme las pepitas del popcorn, el niño que habla en holandés se ha quedado convenientemente dormidito junto a su mami bajo el sol francés. Y mientras la voz en off del guía nos explica la historia de cada iglesia y de cada puente en cuatro idiomas, ella y yo procedemos a besarnos otra vez, separando los labios, rozándolos, mordisqueándolos, separándolos y volviéndolos a juntar. Es por esta recompensa que esperamos tanto tiempo. Total, es París como en las películas y es lo que se supone que hay que hacer en estos casos. Tendríamos que haber comenzado por ahí. Tendríamos que habernos querido mucho, por supuesto, pero primero teníamos tantas otras cosas por hacer. Yo quería ser profeta en mi tierra y tú querías marcharte bien lejos de aquel país que se desfondaba, que se caía a pedazos, que se desangraba. Es un domingo soleado pero no caluroso, un día milagroso, espléndido, perfecto. Un barco que navega por el Sena. Le Bateau Mouche. En la cubierta, quinientos turistas de todo el mundo, la inmensa mayoría proveniente del Japón, bullicioso y temible pelotón de fotografía. En medio de ese muestrario de la raza humana, mi eterno amor de Estudios Generales, Universidad de Lima, período 85-I y yo. Nos hemos encontrado después de veinticuatro años. Veinticuatro. Y por alguna extraña razón sigo recordando que su día es hoy. Mon cher Amèlie Poulain! Lo más probable es que este mail no te llegue jamás pero porsiacasito te aviso que je suis a Paris thinking of you y hoy que es día de tu santo te las cantamos así y ya que estamos menos lejos que nunca, mi número es el 01 56 55 50 04 Hotel 29 Lepic. Habitación 26. Post-data: Je t'aime. Yo tenía que quererte, ciertamente, pero después, más adelante, no todavía. Todavía no había hecho nada interesante de lo que pudieras estar orgullosa, así que primero tenía que escribir y publicar en los periódicos, o mejor aún, salir en los periódicos, o más exactamente en las portadas de unos periódicos que, de haberlos visto, habrías caído fulminada de la risa o la vergüenza. ¿Beto? Is that you? Estoy en Bruselas, pero tranquilo que es apenas una hora de distancia, así que mañana mismo, a las 15:59 en punto, te quiero ver plantadito en posición de firmes en la estación del tren, Gare du Nord. De tu hotel queda a veinte minutos de camino, recógenos, así nos escoltas a mí y a mini-me por las preciosas calles de París. No te vayas a equivocar de andén, despelotado, fíjate bien en los tableros, Bruselas se escribe Bruxelles. ¿Y tú? Tú también tenías que quererme pero, claro, no así, porque el amor no llega así de esa manera, porque tú eras la muchacha bellísima del corte punk, las piernas y la risa subversiva, y yo para ti era apenas el loquito que te escribía cartas de treinta páginas a mano, el hermanito ocurrente y chistosón, el amigo chanquis que te sacaba del apuro y –peor aún– también la amiga. Algo así como la amiguita gordipepa que se conforma con sentarse a escuchar tus penas. Eran otros tiempos. Entonces yo no era quien soy ni tenía aún esta vida imaginaria. No tenía ni una sola de las historias ni de las canas que ahora hacen que te parezca tan interesante y tan seguro de mí mismo –¿estás segura?– ni tenía ni un carajo de ese supuesto je ne sais quoi que me atribuyes, de esa especie de arrogancia que ahora resulta que te encanta.

¿Viste esa noticia de la araña y la mosca prehistóricas que estaban a punto de trenzarse y de pronto les cayó encima una gota de resina de un árbol y se quedaron intactas pero atrapadas por miles de años en el ámbar? Intactos pero atrapados en el tiempo. Fosilizados dentro de una gotita de miel. Romántico, ¿no? Dos insectos congelados de amor. Eso somos. Romantiquísimo. El tiempo no ha podido contra nosotros. El tiempo no nos ha hecho ni cosquillas. Es como si alguien hubiera presionado el botón de PAUSE. Y ahora nos hubieran vuelto a dar PLAY. Esa es la palabra: PLAY. Let's play. Y entonces ha vuelto a sonar la canción de Depeche Mode que estábamos bailando aquella noche de 1988 en el Mediterráneo Night: Let's play master and servant. Y hemos vuelto a abrazarnos y a reírnos y a sudar igual. Hemos seguido bailando como si todo nos hubiera pasado. Nuestra música no cambia: Where is your tenderness? There is it. Total, es París, y para que esta película quede perfecta solo nos hace falta un diálogo medianamente inteligente. Es ahí, en la cubierta del navío, donde decido recitar al revés el final de una obra de teatro que vi en Lima y lanzo la pregunta: ¿Quieren casarse conmigo? Tú sueltas una vez más el agua de esa carcajada que amo. Después me das algunos besos más sin decir nada, y así seguimos besándonos hasta que ya no queda ni un solo japonés en todo el barco. Y finalmente me das la única contestación imaginable: ¿Estás tú loco? Je ne sais pas. Dos de la tarde. La navegación ha llegado a su fin, nos bajamos en silencio, recojo del piso la botella vacía de champán, envuelvo al niño dormido con mi casaca y lo cargo hasta el taxi que nos lleva a Gare Du Nord, la estación a la que acaba de llegar el tren en el que regresas a tu vida europea, a tu ininteligible ciudad donde te esperan tu novio internet, tu oficina de ventas, tus clases de holandés. Stop. Leo todo lo que acabo de escribir y siento que es insuficiente, que se queda corto, que no está a la altura. Creo que hay que escribirlo todo de nuevo. Hagamos eso, ¿qué te parece? Escribámoslo todo de nuevo, señorita. Estás loco, repites, riéndote. Estás recontra loco. Pero para que no estés triste te diré algo, querido: tú eres the reluctant peruvian, y ahora que regreses y te tengas que volver a levantar todos los días a las cinco de la mañana y te veas envuelto en tu vorágine de personajes, figuras, eventos, primicias, yo me volveré exactamente lo contrario, el antipersonaje, el antievento, porque voy a ser siempre lo que no va a suceder. Nos escribiremos emails una navidad sí, una navidad no. Pegaremos nuestras fotos con imanes en la refri. Pero las cosas seguirán siendo como tienen que ser.

Por la ventana del vagón que se marcha, alcanzo a verlos jugar con un cursi souvenir que les compré: una esfera de cristal. Dentro de ella, la nieve se precipita suavemente sobre la soñada ciudad en la que por fin fuimos felices.