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Redacción PERÚ21

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Santiago Pedraglio,Opina.21spedraglio@peru21.com

Probablemente relacionada con el narcotráfico, se podría agregar. Sea o no exacto esto último, se están cometiendo en el país suficientes actos criminales como para tener que aceptar un hecho nuevo: el narcotráfico tiene ya su propia fuerza militar y la usa contra la Policía, las Fuerzas Armadas, jueces, fiscales y cualquiera que se le cruce en el camino.

Es seguir pegándose al pasado calificar esto de narcoterrorismo, sobre todo porque en el imaginario de los peruanos, incluidas las autoridades, esto equivale a poner el énfasis en el terrorismo y no en el narcotráfico. Y si bien quedan pequeños grupos vinculados a Sendero, ya es tiempo de reconocer el alto riesgo que significa que el narcotráfico se esté dotando, aquí, de una base militar.

Seguir combatiéndolo como hace 25 años –solo pensando en erradicación y rehabilitación, por más necesarias que sean–, y no poniendo el eje en los insumos, el lavado de dinero, las bandas y los nexos con el extranjero, es ponerse al filo de la navaja.

Porque hay que decirlo claramente: es más difícil derrotar al narcotráfico que a Sendero. Cuando la Policía detuvo a Abimael Guzmán, pasaron pocos meses y su organización ya estaba dispuesta a firmar un "acuerdo de paz". Lejos de eso, hoy se puede detener a los cabecillas del narcotráfico uno tras otro, pero el liderazgo no morirá y el negocio y la violencia seguirán viento en popa.

Dos razones fundamentales dan lugar a esta resistencia: primero, es un negocio criminal que basa su vitalidad en la potencia del mercado; y, segundo, tiene capacidad no para destruir el Estado, como pretendía Sendero, sino para penetrarlo, corromperlo y capturarlo. En este contexto, es un error del Gobierno haber sacado de Devida a Ricardo Soberón, quien tiene una visión actualizada y de largo plazo respecto a esta lucha.