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Redacción PERÚ21

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Roberto Lerner,Espacio de crianzahttps://espaciodecrianza.educared.pe

Para el cuerpo, las manos, los pies, los párpados. De miel, de pepino, de cocoa, de cacao, de eucalipto. Luego están las toallas. Y también rodillos, esponjas, piedra pómez. Dos niños, una de 9 y uno de 3, fueron convocados para encargarse del espá que relajaría a los invitados. Les habían puesto una redecilla en la cabeza para sujetar cabellos díscolos y darles un atuendo diferente para una actividad especial. Y bajo la severa conducción de la dueña de casa, se pusieron a trabajar.

Se me acercaron y propusieron someterme a un tratamiento intensivo. Luego, plantearon la tarifa. No es fácil negarse a ese tipo de propuesta. Mi primera experiencia en esas lides se inició con algo de escepticismo y reparos no expresados: ¿no estaba promoviendo actividades más bien superficiales, pitucas, frívolas, y, en el caso del niño, inapropiadas en términos de género? Rápidamente me dejé llevar por algo que no dejaba lugar a duda: la enorme seriedad, compromiso, la mirada curiosa, las preguntas sobre consistencias, olores, combinaciones, mientras me aplicaban, a veces de manera improvisada, otras según las instrucciones de la anfitriona, el tratamiento, un completo masaje, como decía el niño de 3. La seriedad lúdica es un tesoro que a veces dejamos pasar por nuestros prejuicios, en uno u otro sentido. Pagué lo que correspondía. ¡Quiero otro masaje!