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Redacción PERÚ21

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Guido Lombardi, Opina.21Si para algo sirve la tardía renuncia de Omar Chehade a la Segunda Vicepresidencia de la República es para confirmar que esa institución solo sirve para alimentar el ego y la hoja de vida de algún contribuyente a la campaña electoral. También, claro, para despilfarrar recursos del Estado en sueldos, seguridad, gastos de representación y otras gollerías.

Pero hay que ser ingenuo –o algo peor– para insinuar (como lo hacen algunos ilustres blogueros) que la renuncia del presunto autor del delito de patrocinio ilegal tiene como objetivo evitarle al Gobierno el descrédito que conllevaría su posible desafuero.

Tal interpretación presupone que dicho sujeto es capaz de actuar por consideraciones generosas o altruistas, cuando ha quedado demostrado que sucede exactamente lo contrario.

Como ha dicho con precisión el congresista Galarreta: "Si está Chehade, huele raro". Y para decirlo con la misma claridad, la maniobra que ahora pretende con el sorprendente apoyo de Alejandro Toledo apesta.

Lo que estuvo detrás de la renuncia es, en realidad, un esfuerzo desesperado por quebrar la precaria mayoría que, en la Comisión Permanente del Congreso, estaría dispuesta a votar en favor del pulcro y minucioso informe acusatorio de Marisol Pérez Tello.

De hecho hay quienes sostienen que, al haber renunciado, ya no puede ser destituido, por lo que la acusación debe volver a la subcomisión. Y lo hacen sin rubor, a sabiendas de que se sanciona la conducta del infractor y de que la sanción recae sobre la persona y no sobre el cargo que desempeña.

En todo caso, anoche tenía que haberse definido (al momento de escribir estas líneas todavía no se había producido la votación en la Comisión Permanente) cuál es el rumbo que decide tomar el Gobierno en materia de lucha contra la corrupción y cuánto de auténtico había en su prédica sobre la imprescriptibilidad de los delitos cometidos por funcionarios públicos.