Pichangas y finales

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Roberto Lerner,Espacio de crianzaPreocupada, se ve realmente preocupada, como cuando uno se enfrenta a algo que no sabe si podrá manejar. "Pucha", me dice, "pensé que iba a suceder a los 14, 15, pero ¿A los 10?". Cuando indago por la causa de su molestia, me responde: "me voltea a veces la cara, no hace lo que le pido a la primera y, sobre todo, ahora él sabe cómo y cuándo, si acaso, debe hacerlo. Imagínate, él, que juega fútbol desde los 6 y es un trome, nos ha dicho que quiere dejarlo".

"¿Y qué temes?", le pregunto. "Bueno", me contesta, "con todo lo que uno escucha ahora, que no tenga los recursos para hacer frente a tanta tentación, que no sepa marcar bien su territorio, que sea influenciable, que si le ofrecen algo que no quiere termine aceptándolo por la presión del grupo, tú sabes", concluye.

Sí sé. Sé que somos contradictorios y ambivalentes frente al crecimiento de nuestros hijos. Queremos que aprendan a decir "no", que se puedan definir y defender sus fueros. Pero a la primera que nos lo dicen a nosotros y se desmarcan de nuestras maneras y preferencias, nos asustamos, nos desorientamos y vemos en ese entrenamiento, en esas pichanguitas de la individualidad, el precedente de un fracaso en los partidos oficiales.

Están calentando, aprendiendo, ejerciendo los albores de la identidad personal, en la cancha en la que se sienten más seguros, con los jugadores más queridos y conocidos, en principio profesionales pero benignos y con un público no tan crítico. ¿O queremos que jueguen su primer partido en el Maracaná, ante 120,000 espectadores, con árbitro FIFA y frente al Barza?

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