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Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz,PandemonioSiempre hay que tener más curiosidad que vergüenza. Ese sí que es un buen lema. Aunque no me queda claro si te refieres a tu leve dolencia o a lo de salir en la TV, que por ahí van. Una cosa no quita la otra así que sánate con calma. La invitación está hecha. El Perú puede esperar. Te he esperado 10 años, puedo esperar 15 días. Lo mismo le dije al distribuidor exclusivo de Honda en el Perú cuando me advirtió que los trámites de registro de mi camioneta demorarían dos semanas. He esperado 10 años sin placas y con la palanca en neutro. Va a ser aterrador volver a manejar en Lima, una década después de haberme comido mis últimas cuatro ruedas con tuco tallarini en Hallandale, Florida. circa, 2002. Son las 10.55 de la noche en Radio Felicidad. Te parecerá gansísimo pero hoy manejé moto por primera vez. Bueno moto no, cuatrimoto que es como montar bici con rueditas, creo. Anduve pasándole a todo por encima con mis llantones como un nuevo rico limeño o como un bulldozer. Fértiles tierras. Ríos, quebradas. Estoy en el Valle Sagrado y, como en la canción de Jarabe de Palo, todo me parece bonito. La luz, el frío, los choclos, la ausencia de gentita. Me he quedado en las bucólicas casitas de Sol & Luna, ¿conoces?, parece el jardín de Santa Rosa, todo florecillas y colibríes, todo un retiro espiritual. Uno podría encerrarse acá unos meses y escribir algo simpático. O leer algo simpatico, por lo menos. Me traje tu ultimo libro, conste. Te estoy leyendo por todo lo alto. A miles de metros de altura. Y cómo estaré de alienado que, a medida que avanzo, mi cerebro convierte en televisión todo lo que me cuentas. Un episodio por personaje. 48 minutos de tiempo artístico, 12 de comerciales. Puff. De la tele no guardas muy buenos recuerdos, ya lo sé.

Ayer, al comprarme la bonita antología de cronistas peruanos de Alfaguara hice un extraño descubrimiento. O, para decirlo como lo diría Fuguet: tuve una epifanía. Me di cuenta que estoy perdiendo la envidia, oh, no, mi prodigiosa capacidad para codiciar el bien ajeno…se está extinguiendo. Pucha, qué impotencia sentí. No sabes. ¿Califica eso también como síntoma de tercera edad? Otro suceso alarmante: la gerenta del Ateneo Grand Splendor de Buenos Aires, que es amiga de Corbacho, me propuso el año pasado que escribiera algo, cualquier cosa, que me la publicaban allá con bombos y platillos. Pero ya ves, no lo hice. Yo hubiera sido Premio Nobel de Física pero el sol, las cervezas, los días jueves, los huesos húmeros…ya tú sabes. Sucede que lo busco y que cuando está a punto de llegar, lo esquivo, lo toreo. Que le quito el cuerpo al teclado porque sé que me va a pesar. ¡Ni que fuera una balanza! En fin. Sucede que me canso de ser hombre. Tranquilo, Neruda. Me canso, ganso. ¿Califica eso también como síntoma de tercera edad? Ayer fui a ver a mi viejo después de varias semanas. Ya está perdiendo la vista. Fue duro verlo tropezarse con las paredes y los muebles. Y pasarse todo el aguadito del domingo malhumorado, reclamando: Prendan la luz, carajo, prendan la luz. Nos olvidamos de pagarla, viejo. Nos la han cortado. Pero de eso es mejor no escribir. Siempre será más cómodo y más seguro para todos. Mejor callarse. No escribir. Pero dale, hagamos muchos libros, eso sí.

Es pajísima tu idea de que yo vuelva a escribir algo sobre Luisito. Sobre todo ahora que habrá la película y seguro que hasta el video-game de él. ¿Por qué yo, ah? ¿Tanto se me nota lo fan? Suena de puta madre. Conversémoslo. Y gracias, pucha. No te hubieras molestado. Tengo que ponerme a escribir un libro sobre cualquier tema de afuera, (este es un sabio consejo de Nicolás Lúcar) Deja de hablar de ti mismo y vencerás. ¿A quién? No sé. Estuve en la estación de Santos Lugares donde el Lucho saltó. ¿Para qué tomarse el trabajo de ir a visitar el sitio donde tu ídolo se mató? Qué sé sho. Me tomé uno de esos trenes argentinos que se quedan sin frenos. Ocurrió en el viaje ese que hice en agosto del 2010 justo antes de que Caretas me pusiera convertido en Jeffrey Dahmer en la tapa. Ídolo es nombre de vals. Ídolo tú eres mi amor/ Préstame tus agonías/ Que aunque mueras de dolor/ No serán como las mías. Pobre Luchito. Le recé una chanson d'amour y me regresé por donde vine. Es pajita viajar solo en esos casos. Una vez, por hacer hora, me fui en un tren Amtrak de Miami a California. Me demoré un huevo y me gasté el otro en boletos. Haciendo escalas, claro. Durmiendo en esos garrapatientos moteles Super 8 que, a menos que seas Kerouac, no tienen ni mierda de literario. Me acuerdo que viajaba en vagones bar, esos en los que vas sentado en una mesa frente a la ventana, viendo la vida pasar. Viajaba escribiendo todo lo que apareciera y escribí como 50 páginas a mano y, de puro templado, se las mandé por correo aéreo a un causa al que jamás le llegaron, de modo que no me pidas detalles porque se me han esfumado. Lo primero que desaparece del libro es el nombre del autor, dice el poeta Billy Collins. En mi caso, lo primero que desaparece es el nombre de mi entrevistado de ayer. Nunca sé quién es. La carta, por llamarla de alguna manera, la mandé desde la estación final en Bakersfield, un pueblito pintoresco, un pesebre de pastorcitos en el que tiene lugar la existencia de varios de mis primos. Una aldea apacible en la que yo hace rato que me habría lanzado a la vía del tren. Una aldehuela que queda en la casa del carajo. Quizás era chévere esa carta, debí haberla fotocopiado.

La casa del carajo, es decir, en le cul du monde. Así le gusta decir a los cubanos o más precisamente a la distinguida coleguita cubana María Elvira Salazar. Está conmigo aquí en el Qosqo. Le estoy retribuyendo la hospitalidad que tuvo conmigo en Miami en lo que llamaremos mi período azul. Ha traído también a sus dos niñas que son como dos conejitos asustados. Ahora que trepamos cerros se asustaban de todo y se abrazaban: veían una abeja, un toro negro o un niño pobre y se abrazaban. Yo las miro, me pongo en el lugar de su mamá y también me abrazo a mí mismo, ahíto de pavor. ¿Cómo sera eso, no? Pero la tapa de todo fue la cena. La altura las tumbó a las tres y se quedaron profundamente dormidas con los ojos en blanco sobre la mesa del restaurant de un hotel ridículamente pomposo, un hotel de Dubai en el corazón del Urubamba. Podía haberlas llevado a cualquier otro sitio más decente pero pensé que sería el cague de la risa que, de buenas a primeras, se apareciera el presidente. Mala idea. No apareció. No fue divertido. O fue divertido pero no para mí sino para todo el resto de comensales que se pasaron la noche contemplándome remojar resignado las chaplas en mi triste caldito a las tres quinuas mientras mis tres damitas alcanzaban nivel REM de profundo carmesí. Ya son las 12 y 10 en Radio Ayahuasca, (que existe, ojo, está en Nauta, Loreto) y nos hemos olvidado de hablar de la amnesia pero –acuérdate, Hermelinda– lo haremos pronto. Ahora no. Ahora lo que toca es irse a la horizontal porque mañana al alborear chambeo de guía en la nueva maravilla. Eso parece el nombre de un grupo chicha. La Nueva Maravilla. Machu Picchu, claro. Machu Picchu again and again, hasta el hartazgo. ¿Entonces? ¿cómo quedamos? Quedamos en juntarnos donde Humberto Sato apenas tú recuperes tu equilibrio y yo vuelva a perder el mío. ¿Cómo quedamos? En la medida de lo imposible, como amigos.