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El niño y el mar
Cuando se levanta la neblina es posible ver el peñasco que delimita la playa por el norte. Una bandada de gaviotas gritonas pasa por encima de las cabezas del niño y su padre, concentrados en los muimuis que han recogido momentos antes.
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Fecha Actualización
Roberto Lerner,Espacio de crianzahttp://espaciodecrianza.educared.pe
El niño sonríe y dice: "Mira, papito, una pajarada". Nadie lo corrige. También dice, de acuerdo con las ocasiones, muimuyada, avionada, cuando ve muchos de algo.
De tanto en tanto corren aventuras, vale decir, es lo que ha explicado el papá, caminar dejando al azar lo que encuentren, conocer lo desconocido o, simplemente, deambular sin destino fijo. Entonces, la mirada de ambos se desliza por la arena, por las olas, por las piedras; y ya se ha detenido y profundizado en cadáveres de pelícanos, caparazones extraños, una araña de mar cazada luego de larga persecución, o una fortaleza de arena hecha por otras manos.
Pero el sol ocultándose poco a poco es lo que más excita su curiosidad. Los por qué no cesan, a pesar de que es un espectáculo repetido. En esos casos, lo más difícil para los adultos es controlar las ganas de hacer una clase de astronomía. Cuando guardan silencio un instante, después de la pregunta se encuentran con las respuestas del niño, con sus increíbles teorías, con sus erradas pero hermosas explicaciones.
Claro, son tiernas y cómicas, pero su valor reside en que permiten atisbar, a través del mar y sus misterios, una mente que se abre al mundo sin complejos, que quiere mirar y hablar, pensar y sentir, observar y opinar. La verdad, una parte de ella, vendrá más adelante.
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