notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Beto Ortiz,Pandemoniobortiz@peru21.com

Me armé de valor y decidí someterme a la prueba del polígrafo. El famoso detector de mentiras, ese mismo. Todos los días hago denodados esfuerzos para que mis entrevistados me digan la verdad. ¿No era justo acaso que, por una vez en la vida, hiciera yo también el esfuerzo consciente de decirla toda, a cualquier precio? El mejor pretexto, como siempre, fue la grabación de un reportaje. Periodismo gonzo, para variar. La idea de pasar el test me generaba, a decir verdad, muy poquito nerviosismo y muchísima curiosidad. Sabía que mis amigos y las personas más allegadas se habían mostrado más que dispuestas a colaborar con el éxito de la prueba y habían enviado, de lo más felices y contentas, sus propias baterías de preguntas al investigador. No estamos hablando aquí de eventuales compañeros de oficina sino de amigos de toda la vida y también personas de aquí –y también de fuera– que me conocen como si me hubieran parido, que hasta han compartido departamento conmigo, que me han visto en pijamas y seguramente han tenido que escuchar, a medianoche, ajetreos y estertores en el dormitorio contiguo. El alto grado de intimidad de las preguntas estaba más que asegurado. Pero yo, normalazo. ¿Qué nueva cosa terrible podían preguntarme que no me hubieran preguntado ya? Llegué relajado, en jean y zapatillas al canal la tarde del miércoles. Recontra canchero, superfresh. Sabía, por las películas, que me iban a llenar de cables y sensores, pero no me importaba. Sabía también que me iban a hacer muchas preguntas incómodas y comprometedoras, pero eso tampoco me preocupaba gran cosa. Alguito de experiencia tengo en esas lides: llevo como 25 años respondiendo a miles de preguntas horrorosas de los coleguitas de espectáculos del Perú. Vamos, ¿cuán malo podía ser? Todos los días, muchos de mis entrevistados tienen que hacer un titánico esfuerzo para salir airosos en su perenne afán de venir a contarme mentiras inmensas como catedrales. ¿No era acaso justo que, por una vez en la vida, me colocara adrede en ese estrés, en esa encrucijada consciente de evitar caer en las fauces de la mentira?

Mi proverbial serenidad zen, sin embargo, duraría poco. Por mucho que traté de olvidar el detalle de que una decena de camarógrafos, sonidistas y luminitos serían privilegiados testigos de aquel feroz interrogatorio al que estaba a punto de someterme, bastó con me colocaran los neumógrafos en el tórax, el tensiómetro en el brazo y los electrodos galvánicos en los dedos de una mano para que mi cuerpo decadente comenzara a experimentar una creciente e inexplicable sensación de incomodidad, de murciélagos en el estómago. Mientras me instalaban toda aquella cablería, comencé a sudar como sudo normalmente ante los reflectores, y temí que ese solo detalle ya sería tomado como un síntoma de nerviosismo sospechoso. Me atormenté repasando mentalmente todo aquello que nunca hay que hacer ante tan crucial circunstancia: no cruzar los brazos, no morderse los labios, no cruzar las piernas, no mojarse los labios, no agarrarse la oreja, no mirarse las uñas, no mover una pierna, no agarrarse la nariz, no juguetear con el anillo, no desviar la mirada, no agarrarse la nuca, no hablar muy alto, no hablar muy bajo, no temblar, no tartamudear, no ajustar, no respirar. "¿Estamos en el año 2012?" –me interrogó mi interrogador Carlos Villantoy de ITIEL, exmarino y psicofisiólogo forense o, lo que es lo mismo, perito poligrafista. Le respondí, ponderadísimo, que sí. Esa estaba papayita. Pero las siguientes preguntas multiplicaron el voltaje de sopetón: ¿cuántas parejas sexuales ha tenido en toda su vida? Me quedé de piedra pero contesté. Mi respuesta suscitó un suave murmullo de risitas nerviosas entre los presentes. ¿Estamos en el Canal 2? –volvió a bajar la tensión para luego contraatacar con furia: ¿se ha acostado usted, en los últimos meses, con alguna persona de su equipo de producción? ¿Qué día es hoy? Pero la tortura apenas estaba comenzando: ¿está usted actualmente enamorado de alguna persona de su equipo de producción? En ese momento fui presa de un súbito acceso de tos convulsiva. (Mentira).

Y mientras el polígrafo iba midiendo mis pulsaciones, mi presión sanguínea, mi ritmo cardíaco, los cambios en mi respiración, mi temperatura y mi transpiración, el implacable señor perito observaba sin parpadear hasta mi más imperceptible rubor, titubeo o microexpresión facial, sin quitarme aquel atemorizante ojo sacador de encima. Debo admitir que ha sido la entrevista más interminable de mi vida: ¿En verdad trabajó usted como cocinero en Estados Unidos o fue eso producto de su imaginación? ¿Realmente vivió en una casa rodante como se vio en un reportaje del 2004? ¿Ha mentido alguna vez intencionalmente en televisión nacional? ¿Acudió usted en 1999 al programa de entrevistas de Raúl Romero con la intención deliberada de arrebatárselo? ¿Le incomoda tanto su propia desnudez que necesita siempre apagar la luz? ¿De qué reportaje se avergüenza? ¿Ha consumido drogas ilegales en los últimos meses? ¿Se sintió alguna vez sexualmente atraído por Medina, Maicelo, Cisneros, del Águila, Leiva, Miyashiro…? Las respuestas, muy pronto en Abre los ojos. ¿Mentí en alguna de mis respuestas? ¿En cuántas?, ¿en cuáles? Eso lo sabré mañana lunes, cuando, mordiéndome las uñas, acuda a las oficinas del temible poligrafista a recoger personalmente mis resultados, en sobre cerrado, cual si se tratara de un análisis de sangre. Con la emoción propia de un diagnóstico de embarazo no deseado. Tan extrañamente escalofriante fue la experiencia que me quedé todo el resto del día con la inconfundible sensación de haber sido –si no violado– por lo menos manoseado contra mi voluntad. Y esa noche, mientras dormía, soñé que caminaba a lo largo de todo el Jirón de la Unión en hora punta, total y absolutamente desnudo.