Carmen González,Opina.21c.gonzalez@ceprovi.org
Es allí donde se me mezcla la miseria de tantas mujeres andinas con la imagen de una foto amarillenta de mi infancia: mi madre muy jovencita sujetando con una mano a mi hermana Graciela y con la otra a mí, paradas en una tierra irregular frente a una casa de adobe. Y no solo me duele sino me da rabia la indiferencia de los voraces de las utilidades, que podrían serlo menos y compartir más con los que a cada minuto mueren física o psíquicamente al vegetar en vez de vivir. Quisiera que las madres pobres escuchen que lo que hace grandes a los humanos es que ellas los hagan sentir valiosos, respetándolos; que se puede vencer la desesperanza, para mirar tiernamente al hijo y sentir que él será fuerte, que el mundo será distinto y que él todo lo podrá. Ana Freud, en una investigación, probó que en pleno bombardeo de Londres, los hijos de las madres que recibieron ayuda para estar serenas, no fueron afectados por el trauma de la guerra. En comparación con otros niños que sufrieron intensamente al ver a sus madres desesperadas. ¡Sí se puede transformar el sufrimiento en fuerza de vida!