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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Convencido del triunfo de Adolf Hitler, decidió morir dejando una frase: "Creo que es mejor terminar en un buen momento y de pie, tras una vida en la cual la labor intelectual fue la alegría más pura, y la libertad personal, el bien más preciado sobre la tierra".

Quería aprovechar este recuerdo para reafirmar algo que cada día es más evidente: el futuro es impredecible. Lo fue durante todo el siglo XX, donde nadie anunció ninguno de los hechos que marcaron la historia. Nadie imaginó que, en Rusia, un minúsculo partido marxista desaparecería la monarquía y sería dueño absoluto del poder. Ni que un cabo, considerado un lunático en 1930, convertiría a Alemania –a partir de 1933– en la impulsora de la mayor guerra de la historia. Nadie imaginó tampoco, en los prósperos años 20, que la década terminaría con un crack de la bolsa estadounidense que arrastraría a miles al suicidio y a millones a la miseria. Tampoco previeron –ya con más tecnología y con numerosas y sofisticadas agencias secretas a disposición– que en 1989 se materializaría la implosión del imperio soviético y que más tarde se desmembraría Yugoslavia. Como tampoco vislumbraron que habría una guerra en el Golfo Pérsico y que Serbia sería bombardeada por la OTAN. Ya en el XXI nos sorprendieron las Torres Gemelas y la crisis a la que condujo la "perfecta" doctrina del mercado. Ocurre que hemos sido devorados por teorías e ideas que menosprecian las objeciones, y nuestra soberbia ha obviado tanto nuestra fragilidad como el poder de lo inesperado.