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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

No pensaba volver a ocuparme del tema por un buen rato, pero la verdad es que los ensotanados te regalan las columnas. Es así. Te las obsequian hasta con papel de regalo. En serio. Y les digo por qué.

Ni bien estaba terminando de leer el articulazo que escribió Mario Vargas Llosa el domingo pasado sobre el caso del joven chileno Daniel Zamudio, quien murió tras haber sido torturado durante seis horas por ser gay, cuando al primer sorbo de café mis ojos saltaron curiosos a la computadora, como quien aguaita qué hay en Twitter, y en eso, qué creen, aparece el avatar de Arturo Pérez-Reverte, quien invita a sus followers a zamparse la homilía del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig. Eso sí, para no agotar al personal, sugiere hacerlo a partir del minuto treinta y tres, y zuácate,

Y claro. Me puse a verlo. Se trataba de una de esas homilías carcas de los tiempos en que Torquemada soñaba con fósforos, solamente que proferidas en pleno siglo XXI. El mentado obispo asoció durante su plática enrevesada la homosexualidad con la prostitución y con determinadas ideologías que "corrompen a las personas", y a todos aquellos que no sabían "orientar su sexualidad" les aseguró que las puertas del infierno estaban abiertas, esperándoles. Y en ese plan. En el mismo combo, se imaginarán, condenó el aborto y hasta los malos pensamientos.

Y después me vienen con que por qué tantos cuestionamientos a la iglesia católica. Pues por eso. Porque la violencia homofóbica que se llevó la vida de Zamudio en Chile y la de 249 peruanos en el lapso de un lustro, como dijo nuestro Nobel, "se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias y se predica en los púlpitos". Porque estos talibanes con alzacuellos, como tuiteó Pérez-Reverte, "creen tener a dios sentado en el hombro, como el loro del pirata", y se sienten con derecho a pontificar a través de los medios de comunicación y a estigmatizar a los homosexuales como apestados, enfermos y pervertidos sexuales, orquestando crueles campañas de escarnio y de desprecio que, como vemos, terminan en feroces golpizas y ensañamientos, y hasta en linchamientos. Porque los dogmas de la religión católica pueden ser peligrosos cuando pretenden imponerse al estilo de los islamistas radicales. Porque el catolicismo intolerante y reaccionario mantiene todavía una vigencia temible que lo único que hace es alejarnos de la verdadera civilización.

No sé ustedes, pero a mí me tiene sin cuidado lo que piense ese obispete español, o Cipriani, o la fanaticada del Sodalitium, o el mismísimo papa Palpatine, siempre y cuando no pretendan que el resto debe adherirse obligadamente a sus supersticiones y credos represivos y arranques homofóbicos, que, encima, encierran una hipocresía del tamaño de la cúpula de San Pedro. Porque, vamos, no me digan ahora que ellos encarnan lo que sermonean con tanto brío. ¿O acaso no existen millares de curas homosexuales que se amanceban entre sí en el interior de sus claustros? ¿Y los casos de pederastia, que se han denunciado por miles en los últimos años, qué son? ¿Pecadillos menores que se limpian con tres padrenuestros y cinco avemarías?

La descalificación, la ignorancia, la excomunión y la pira han sido las armas de la iglesia durante siglos. Pues siguen siéndolas, les cuento. Para que no bajemos la guardia en defensa de la libertad.