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Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz,PandemonioConsiderando las barbaridades que a veces te dicen, ¿cómo haces para no reírte en la cara de algunos de tus entrevistados?Hago lo mismo que hacía de chico para evitar los ataques de risa en la misa. Pienso automáticamente en cosas tristes. La miseria, la guerra, la hambruna. Claro que también hay invitados tristes y, a veces, me pregunto cómo hago para no llorar. El viernes último, sin ir más lejos, estuve a punto de hacerlo –y me atrevería a decir que Mulder también– cuando el ameno congresista Martin Belaunde se arrancó con una chocha perorata acerca de lo asombrosamente inteligente que era su sobrinito Vitochito cuando era chiquitito. Acabáramos. Uno no ha leído a James Joyce para esto. Para esto, uno no ha leído a James Joyce.

¿Y cómo haces para no dormirte cuando te toca un político mortalmente aburrido? Si, pese a mis denodados esfuerzos, insiste en ser un plomazo –caso perdido–, dejo la siguiente pregunta anotada, desconecto por completo y ocupo mi mente en repasar de memoria las cosas que tengo que hacer durante el resto del día: pagar la luz y el cable, llevar la bicicleta al taller, hacer supermercado, ver la muestra de Bendayán, ir a la podóloga. Cuando noto que deja de mover los labios por más de tres segundos, leo mi pregunta de emergencia y sigo organizando mi agenda: recoger las camisas de la lavandería, etcétera. Pero al siguiente titubeo lo despacho: muchas gracias, chau, cuñau. Cariños por casa. Pausa y volvemos con más deportes.

¿Cuál es el más grave efecto secundario de tener un horario tan cruzado?Engordar. El primer mes de noticiero engordé tanto que los ternos que acababa de comprar no me cerraban y el último botón de la camisa reventó al aire en más de una oportunidad. Mi endocrinólogo me explicó tan aterradora metamorfosis. Resulta que la hormona del crecimiento o HGH –que se produce durante el sueño nocturno– tiene como una de sus funciones la de eliminar por la noche la grasa extra que has ido acumulando durante el día, logrando pérdidas de 800 gramos y hasta un kilo cuando duermes bien. Esa es la buena noticia, pero vaya que las malas son muy malas: 1) la HGH es vampira y solo aparece cuando el sol se fue, 2) tu cuerpo segrega cada vez menos HGH mientras menos joven te vuelves y 3) la HGH alcanza su máximo nivel en la fase REM de sueño nocturno profundo. Y para llegar a ese level requieres sueño continuo, ininterrumpido. Si duermes de a puchitos, no la produces. Si trasnochas, tampoco. Si duermes de día, menos. Sin HGH te vas convirtiendo en una IBM. Inmensa bola de manteca. Dormir una hora menos duplica tus posibilidades de enchanche. Y una hora menos de sueño REM te las triplica. Además, cuanto menos duermes –obvio– tienes más horas para tragonear. Yo me vanagloriaba de no cenar, pero no me daba mucha cuenta de que estaba desayunando dos veces: una a las cinco y otra a las diez. Pregúntenle a mi equipo de producción cuántos triples, cuántos plátanos de la isla y cuántos paquetes de Pícaras se aplican desde las doce de la noche, en que llegan al canal, hasta las doce del día, en que se van. Oink.

¿De qué depende el modo en que trates a un invitado?Me gustaría responder que los trato igual a todos, pero no es verdad. Al pintor Gerardo Chávez tuve ganas de abrazarlo y a Cecilia Bracamonte la besé en los labios, pero a Popy Olivera le salté a la yugular antes de que terminara de decir good morning, y a Pocho Alarcón, a quien no conozco ni en pelea de perros, le ladré como un rottweiller con hidrofobia simplemente porque esa mañana me levanté con el hígado revuelto. Me agarró cruzado. Mala suerte. Soy un ser humano, como dijo el hombre elefante.

¿Te haces amigo de tus entrevistados?No. Periodistas y políticos no deben ser amigos. Salvo raras excepciones, les doy la mano y les digo "buenos días", y cuando salimos al aire les vuelvo a decir "buenos días" como si nos acabáramos de encontrar. En los cortes comerciales previos a la entrevista no les hago conversación para evitar que empiecen con "por favor, no me vayas a preguntar esto ni lo otro". Prefiero el silencio. Les presto uno de mis diarios y sigo en lo mío. Es un programa de entrevistas, no un encuentro de camaradería. Créanme: dejas de ser periodista el día en que el presidente acude a tu fiesta de cumpleaños y te lleva un whiskicito.

¿Quién es el invitado que más has disfrutado?Un perro. No se ofendan, es así. Una vez entrevisté a una abogada invidente que llegó acompañada de su lazarillo y sentí tanta admiración por la nobleza de aquel amigo tan distinguido, que le puse una silla en el set y fue una gran alegría sentarlo a mi lado. Es un programa que recuerdo con cariño quizá porque él fue el más honesto de todos. No me cansaré de repetirlo: los perros son mejores que la gente. Mucho mejores.

¿Qué es lo peor de levantarse de madrugada?Meterme a la ducha a las cinco como si fuera un recluta del Leoncio Prado.

¿Odias a tus competidores?Increíblemente, no. Aunque no necesariamente los amo a todos, sí tengo buenos amigos entre ellos. Augusto Álvarez Rodrich ha sido mi jefe aquí y es un buen pata. Con Ana Trelles nos conocemos desde la prensa escrita de los 90. Y aunque andamos distanciadillos, hace como 20 años que quiero muchísimo a Claudia Cisneros y la extraño, y estoy seguro de que ella lo sabe, muy en el fondo de su corazón salvaje.

¿De qué se quejan más tus invitados?Del frío. El aire acondicionado está siempre a todo meter y mi set es un frigorífico del camal de Yerbateros. Lo siento, el director tiene calor. Los camarógrafos usan casacas acolchadas en verano, mi sexagenario coordinador lleva mitones de abuelita y mis coconductoras tiritan envueltas en chales y mañanitas. Será la adrenalina, será la ducha caliente que me deja los poros abiertos o será el café hirviente del amanecer, pero lo cierto es que durante la primera hora de programa no dejo de sudar a chorros. La maquilladora se gasta una caja diaria de kleenex mentolados. Los políticos también se quejan de que no sirvamos desayuno. Si saben de algún catering lechucero, pasen la voz.

¿Qué es lo peor que has hecho o te ha ocurrido durante una entrevista?Salir al aire con la almohada marcada en la cara. Tener un asistente moviendo cables debajo de mi mesa y moviéndose entre mis piernas mientras hablo. Tener que explicar al invitado siempre que no hablo solo, que estoy hablando con mi productor y lo escucho por el audífono. Preguntar una soberana estupidez por hacerle caso a una sugerencia anónima del Twitter. Llegar después que el entrevistado y encontrarlo durmiendo sobre la mesa de conducción. Tener que insertar un sonido de grillos para llenar los vacíos del buen Kenyi. Disimular la risa en pantalla cada vez que Baz, nuestro novel líbero asistente de estudio/anfitrión/micro-ondero vuelve a tropezarse consigo mismo y rueda por los suelos. Y, quizás el peor de todos: detectar, al aire, un lúbrico beso de colorete en el borde del vaso en que, sin darse cuenta, tomaba su agüita un excelentísimo ministro. Olvidamos cambiarle el agua a la entrevistada anterior.