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Redacción PERÚ21

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Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

A veces pienso que la iglesia católica no tiene solución. Ni remedio. Que no hay Papa que la salve, o sea. De hecho, el vigente, el tal Benedicto, acaba de defraudar a muchos con su visita a México.

Es que sigue habiendo espacio para los entusiasmos advenedizos y la demagogia con música gregoriana como banda sonora. Lo digo porque eso de visitar el terruño de Marcial Maciel, uno de los monstruos más temibles que ha engendrado la iglesia en su historia, y no recibir a sus víctimas, pues qué quieren que les diga, no es que sea de mal gusto, sino que es una de esas cabronadas que calzan en la categoría de imperdonables. Digo.

Previendo la mísera cobardía del pastor alemán, un par de exlegionarios, abusados por Maciel, presentaron en la ciudad de León el libro La voluntad de no saber (Grijalbo), en el que ventilan una serie de documentos inéditos donde se tipifican los delitos perpetrados por el cura mexicano desde mediados de la década de los cuarentas. Un sumario que, de haberse considerado, podría haber obstaculizado el proceso de beatificación de Juan Pablo II, según la publicación.

Y, además, se divulga la carta que el exsacerdote Alberto Athié envió en 1999 a Joseph Ratzinger, en aquel entonces capitoste del Santo Oficio. La pusilánime respuesta del actual papa fue: "Lamentablemente, el caso de Marcial Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida del papa Juan Pablo II y, además, ha hecho bien a la iglesia. Lo lamento, no es posible".

Increíble. Pero quizás sea ello lo que explique que, a diferencia de los encuentros con víctimas de la pederastia eclesial en Australia, Portugal, Malta (donde incluso vertió algunas lágrimas) y Alemania, en este caso no haya querido dar la cara. Porque él mismo se vio involucrado en el ocultamiento de los crímenes de Maciel. Por eso.

Sí, claro. Alguien dirá por ahí: pero si fue el propio Benedicto quien lo suspendió ad divinis, y quien lo recluyó en un convento en el que, recordarán los memoriosos, fue arropado y apapujado por unas caritativas monjitas, a manera de pena máxima. Sí, es verdad. Fue este papa quien lo "sancionó". Pero, ¿cuándo? Cuando ya era inevitable, ¿no? Y cuando Maciel ya era una criatura decrépita.

Eso ocurrió recién el 2006, diez años después de la explosiva, exhaustiva y definitiva denuncia que hicieron los periodistas Berry y Renner en el Hart-ford Courant, que inició el proceso de la caída del fundador de los Legionarios de Cristo, el pedófilo más representativo y despreciable de la iglesia latinoamericana.

Por eso, si México iba a ser el primer país de nuestro continente (después de siete años de papado) en ser visitado por Benedicto, pues, el jefe de los católicos no debió escamotear su responsabilidad sino, en cambio, ver una oportunidad. Él debió buscar a las víctimas, incluirlas en su agenda. Para conocerlas. Escucharlas. Acogerlas. Y, sobre todo, pedirles perdón.

Pero no. No solo no las buscó, sino que las rechazó. Las ignoró y ninguneó. E hizo como que no existían, ofendiéndolas con su silencio y su apocamiento. Validando así, una vez más, la idea de que, en esta materia, la de los depredadores sexuales clericales, lo único que tiene que decir la iglesia son frases huecas. Frases huecas para mantener lo de siempre. El encubrimiento, la tapadera, la omertá, la negación. La cabronada.