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Redacción PERÚ21

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Fritz Du Bois,La opinión del directordirector@peru21.com

El hecho de que estemos entre los diez primeros en el mundo, tanto en el nivel de felicidad como en el optimismo económico, es algo que hubiera sido impensado hace solo algunos años.

En realidad, en el Perú no estamos acostumbrados a tener una sensación de bienestar. Aquí hablamos de crisis económica en automático y no importa cuánto podamos estar creciendo ni lo bien que estamos pasando. El hecho que las anteriores tres generaciones hayan retrocedido en lugar de haber avanzado ante el fracaso del país durante más de 30 años nos dejó marcados con un pesimismo que finalmente hemos abandonado, pero esto último es algo que lamentablemente los políticos no han notado.

Más aun, cuando uno compara las expectativas de la población con las propuestas de la última campaña electoral o el debate político en general son dos mundos completamente separados. El lenguaje político sigue siendo uno estancado en la demagogia y en la revancha, sin nada constructivo que ofrecer, mientras que la gente está aspirando a mejorar cada día. Es el escenario ideal para un divorcio entre la política y la vida real, lo cual para muchos podría ser perfectamente adecuado.

Sin embargo, con el alto nivel de informalidad que arrastramos y los políticos son aún más marginados de lo que ya están de la población, la corrupción que se generará se convertirá en un lastre que no podremos cambiar. Así que el siguiente paso tiene que ser elevar el optimismo y las aspiraciones de la población a la clase política en general, para que el accionar del gobierno sea uno que busque la prosperidad, que es lo que los peruanos están esperando.

Por ello, es urgente renovar tanto los cuadros como el mensaje político, que deberá enfocarse hacia la modernidad. El país está embalado, los gobiernos no pueden frenar.