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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Fritz Du Bois, La opinión del directorJennifer era una niña de solo 12 años de edad que durante mucho tiempo fue violada por su tío hasta que un día se quebró de tanto abuso y humillación, por lo que se quitó la vida ahorcándose con una chalina. Guillermo era un muchacho de 25 años que estudiaba gastronomía, pero subió al piso 16 y saltó; sufría una enfermedad y no soporto más. Karolina era una joven policía, madre de una pequeña niña, que se peleó con su pareja y se mató colgándose de una viga.

En una sociedad que ha perdido absolutamente la compasión y la capacidad de indignación –no nos sorprende que la violencia familiar sea, por largo, el principal delito que cometen los peruanos ni que seamos el país sudamericano con el mayor número de violaciones, dos terceras partes de ellas cometidas contra menores–, historias tan dramáticas y conmovedoras como las mencionadas, todas las cuales han ocurrido esta semana, son simplemente descartadas y tratadas como cotidianas.

Familias cada día más desunidas y distantes, colegios donde los maestros no transmiten valores ni están preocupados por la formación de los jóvenes, vecindarios fríos y deshumanizados donde pocos saben quién es la persona que vive al lado, una Policía totalmente alejada del ciudadano que solo hace acto de presencia cuando ya es tarde para evitarlo. Al final, lo que tenemos es una sociedad con una creciente soledad donde el débil o el que está sufriendo difícilmente encuentra alguien interesado en ayudarlo.

Por ello, no es sorpresa que los intentos de suicidio se estén incrementando, ante lo cual uno podría exigir que las entidades del Estado cumplan con su función o que la ministra de la Mujer deje de bailar y haga algo. Pero la verdad es que lo que importa es que todos seamos conscientes del peligro de depresión en esta época del año y no descuidemos a los que son cercanos.

En realidad, no debe de existir pesadilla más atroz en esta vida que enterarse de que un ser querido se ha suicidado.