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Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz, Pandemoniobortiz@peru21.com

Lógicamente nos alegramos y así, imbuidos de un entusiasmo comedido que, de la boca para afuera, se asemejase a la serena satisfacción del deber cumplido, llegamos incluso a entretener la loca idea de que quizá había llegado el momento de abandonar nuestro viejo cinismo tumba-la-rumba para aprender por fin a alegrarnos con el tipo de cosas con las que se alegran todos los demás animalitos del Señor. Nótese cómo estoy hablando de mi en primera persona del plural: nos alegramos. Redacción mayestática, que le dicen. Tremenda huachafería. Pero preferible a hablar de uno mismo en tercera persona como futbolistas: Beto Ortiz está contento con el triunfo. Cacasenos recursos de los que uno debe valerse cuando –como en los sucesos que pasaré a narrarles a continuación– resulta demasiado doloroso para el ego decir: yo. Como, por ejemplo, en la siguiente, ilustrativa frase: yo creí que había ganado pero no.

Una llamada telefónica fue el inicio de mi lacerante Gólgota privado. A fines del 2011, un buen año en el que –perdonando la humildad– me había ido mejor que nunca, un periódico, (al que, a partir de aquí y para no herir susceptibilidades, llamaremos El Periódico), había tenido la generosidad de incluir mi nombre en dos de sus listas de candidatos a lo mejor de la tele. Me habían puesto a competir con Gisela en la terna de aspirantes a La Figura del Año, ímprobo desafío que, como puede verse, equivalía a batirse con Vanessa Tello en la categoría El Poto del Año. Íbamos muertos desde el saque. La segunda terna, sin embargo, lucía humanamente alcanzable: mejor noticiero. Si pasamos por alto el pequeño detalle de que El Periódico es dueño de un canal de televisión en el que yo no trabajo, el único inconveniente era un factor que parecía un gazapo del redactor: me habían postulado con "el otro" noticiero, es decir, con el que antes hacía en "el otro" canal de modo que, si ganaba, el enemigo podría terminar beneficiándose con esa victoria ajena. En fin, qué me importaba. A todos los hijos se les quiere igual. Lo importante no era competir sino ganar. La actitud era completamente ¡Sí se puede! y en ese estado mental me encontraba cuando sonó mi celular y una voz aterciopelada de flight hostess me dijo: Lo estamos llamando de El Periódico para solicitarle su correo electrónico en caso de que sea necesario convocarlo a la entrega de los premios. O sea: no se nos emocione mucho todavía. "Me vas a terminar escribiendo, mamita" –pensé. Y dicho y hecho: semanas más tarde, el providencial e-mail arribó a mi bandeja de entrada, refiriéndose a mí con un verso que ahuyentó cualquier pensamiento adverso y trajo a mis pies todo el universo: Estimado nominado.

Tenemos el agrado de invitarlo –continuaba diciendo la tarjeta virtual– a disfrutar del brindis de culminación de Los Premios que se llevará a cabo junto a la sesión de las fotos de los ganadores. Era un mensaje ambiguo, sí, y confuso también pero en aquel momento Kodak no me iba a detener en análisis gramaticales. Acostumbrado como estaba a que, al final, nunca me invitasen a las galas de ninguna argolla, sentí brotar en mi almita emprendedora la misma chisporroteante algarabía de la pujante Flor Regional de Huaraz a la que un día le entregan la banda de Señorita Fotogenia en un Miss Mundo. ¿Y ahora? ¿Qué te vas a poner? –me preguntó, muy sofocada, mi amiga Giorgetta, asesora de imagen de toda una pléyade de celebridades del tercer mundo –¡No puedes ir en terno, no seas ridículo! El terno es tu uniforme de trabajo, todos los días te pones lo mismo, mejor anda en mameluco! Y, de inmediato, sacó una montaña de revistas de moda para demostrarme que tenía que ir casual pero elegante pero divertido pero ejecutivo pero informal pero versátil pero distinguido. Arrancó la página de un GQ y me dijo: vamos a copiarnos con roche este look. ¡Giorgetta, no me jodas!, peso 40 kilos más que el modelo de la foto y no me pienso poner jean negro con zapatos amarillos. ¿Acaso no tienes zapatos rojos? Okey, ponte los anaranjados. Fin de la discusión ¿Tienes una camisa lila? Giorgetta, esto es demasiado. ¡En Europa nada es too much, estúpido! Te recuerdo que esto es Jesús María. Cállate, ¿dónde hay un blazer azul? Tengo este pero es de pana, hace 30 grados, me voy a cocinar al vapor. No importa, el look es el look. ¡Necesito una corbata lila con naranja! ¡Y medias lilas! ¡Y un pañuelito para el bolsillo del saco! Yo no uso esa vaina, comadre, no soy Chehade. Cállate. Nos vamos en este mismo instante a comprarte un pañuelito de seda donde sea. Y mañana, first thing in the morning, reservamos un privado para 20 en Amor A Mar para celebrar. La vanguardia es así.

Al anhelado cónclave –que, contra lo que había pensado, no era en el Lincoln Center sino en un amplio estudio de fotos denominado "La Maloca"– llegué, como chancón, más temprano que las propias anfitrionas en mallita. El que sí estaba en su puesto era el disc jockey que rellenaba el vacío ominoso haciendo alarde de peruvian chill out. Me senté, solito mi alma, a una de las cuatro mesitas tipo bar que había allí para esperar. Y para sudar como un elefante con mi lindo pañuelito en el bolsillo del traje de invierno, haciendo malabares en lo alto de aquella banquita en la que, a duras penas, cabía un pequeño porcentaje de mi jubilosa humanidad. En esas andaba cuando, para salvarme del tedio y la molicie, llegó Gianmarco en zapatillas, completamente de entrecasa, me dio un abrazo, recogió un par de trofeos sin mayor trámite, como quien recoge su ropa de la lavandería, payaseó ante la cámara, nos contó un chistorete y se fue. Las horas comenzaron entonces a transcurrir con oleaginosa lentitud y Manuelcha Prado caminaba en círculos. Como el solitario actor que fungía de maestro de ceremonia no tenía micrófono había que estar muy atentos a lo que dijese como cuando uno juega bingo pro-fondos en la parroquia o espera su turno en el Hospital de la Solidaridad. Se procedió a entregar el premio al mejor restaurante nuevo –en ausencia– a Gastón y el chef Rafael Piqueras, que había dejado las ollas en el fuego, salió chutando. Y cuando un melancólico mozo escanciaba lánguidamente su champán y me apertrechaba de sanguchitos llegaron, por fin, dos caras conocidas, Anita Trelles y Pilar Higashi, muy guapachosas ellas, superproducidas. El fotógrafo del evento se nos acercó a pedirnos que posemos juntos frente a los ventiladores. Pelos al viento. La cuenta regresiva llegaba a su fin. El momento de gloria había llegado. De repente, un aciago pensamiento me asaltó: Wait a minute! Ana y Pilar hacían un noticiero. Yo hacía otro. Era imposible que hubiéramos ganado al mismo tiempo. Oh, shit. Sin dejar de pelar las muelas para las fotos, mascullé:

- Oye, Anita, aquí hay algo que no cuadra: si tú y yo estamos nominados en la misma categoría, quiere decir que uno de los dos NO ha ganado.

Descubriéndose, de súbito, en medio de una joda de Tinelli pero sin perder el garbo ni un instante, la agraciada coleguita respondió :

- ¿Uno de los dos nomás? Qué optimismo. Sonríe, baby, estás en cámara escondida.