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Redacción PERÚ21

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Roberto Lerner,Espacio de crianzahttps://espaciodecrianza.educared.pe

Luego nos adentramos en el mundo ancho de nidos y colegios. Nos convertimos por años en seres prácticos con vastos conocimientos formales y, sobre todo, informales: fechas, nombres de calles, operaciones aritméticas, trucos para recorrer video mundos, características de productos comerciales, personajes de series y telenovelas.

Hacia los diez años logramos un cómodo equilibrio: relativamente independientes, podemos hacer muchas cosas solos. Nos gusta estar con los adultos y los admiramos. Es casi demasiado lindo para que dure mucho. El período de calma termina pronto. Porque el desarrollo es así: equilibrios y desequilibrios, estabilidades y turbulencias. Esa es su naturaleza, no la excepción.

Vienen pubertad y adolescencia. Hasta los dieciséis años las cosas serán agitadas y desconcertantes. El sentido crítico se hace inmisericorde, la rebeldía constante, la insatisfacción con nosotros mismos y los demás, recurrente. Los horizontes se amplían, los cuerpos se afirman, las identidades se redefinen. Lograr resolver razonablemente bien varias tareas de desarrollo coincide con algo de extrañamiento e incomprensión.

Pero, seguramente, las heridas sanarán y un nuevo ciclo se abrirá cuando un indescriptible vagido proveniente de la sala de partos nos haga padres a nosotros, y a los que nos criaron, abuelos.