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Redacción PERÚ21

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Enrique Castillo,Opina.21ecastillo@peru21.com

Y esto, que tiene un lado bueno porque significa que la gravísima situación que atravesó Lima se pudo controlar, y que el objetivo final está en vías de cumplimiento; también tiene un lado malo, porque el triunfalismo y la autocomplacencia se apoderan de los protagonistas, y se esfuman las posibilidades de hacer un buen análisis y una buena autocrítica para que, de verdad, estas cosas nunca más vuelvan a suceder.

Nadie duda de que la situación en La Parada era insostenible porque el desorden, la informalidad, la inseguridad, la corrupción, la delincuencia, y la evasión tributaria eran moneda corriente en aquella zona, como lo siguen siendo en muchas otros lugares de Lima y en varias regiones del país. Nadie duda, tampoco, de que los egoístas intereses de los comerciantes se unieron a las más bajas pasiones de los delincuentes para hacer frente, de manera demencial, a los deseos y disposiciones municipales. Pero, ¿fue necesario que se vivieran aquellos momentos de terror y se arriesgara así la vida de miles de policías, serenos, ciudadanos, comerciantes, periodistas? ¿Era indispensable para lograr el objetivo que se produzcan esas muertes, esas heridas, esos enfrentamientos, ese saqueo, y esas imágenes que tanto daño nos hacen?.

Obviamente, producidos los enfrentamientos, era necesario hacer todos los esfuerzos por retomar el control y restablecer el orden. Pero, justamente, de lo que se trataba era de evitar el enfrentamiento. La inteligencia –sí, ambas, la que permite conocer a que nos vamos a enfrentar, y la que nos permite planificar y ponernos en mejores condiciones que el enemigo– y la organización, no pueden dejar su lugar a la improvisación y la descoordinación. Algo no se hizo bien, y se haría muy mal en no identificarlo y reconocerlo.