notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Pedro Salinas,El ojo de Mordorpsalinas@peru21.com

Es así. Con la periodista Paola Ugaz hay que tener cuidado. Uno le pide un dato y, acto seguido, te alcanza no solo lo que le pediste sino un abrumador sinnúmero de links con información rebuscada, videos que contienen documentales, y así. Se mueve como Fernando Alonso o Ramón Ferreyros en las autopistas del ciberespacio, o sea. Tal cual.

Ello ocurrió esta semana mientras almorzábamos. Naturalmente, con el pretexto del día internacional de la mujer, Pao se puso a hablarme apasionadamente de Clorinda Matto, de quien, la verdad, este escriba sabía poco o nada. Y me dejó pensando. Y, claro, lleno de curiosidad.

Clorinda Matto en realidad no se llamaba Clorinda, sino Grimanesa Martina. Nació en Cusco en 1852. Y se casa con el comerciante inglés Joseph Turner, en 1871, con quien luego se muda a Tinta. En 1876 funda la revista El Recreo y al poco tiempo visita Lima donde toma contacto con otros escritores, como Manuel González-Prada, Ricardo Palma, la moqueguana Mercedes Cabello de Carbonera y la argentina Juana Manuela Gorriti, quien entonces vivía en el Perú.

Algo más tarde, en 1879, en los inicios de la guerra con Chile, y cuando Matto se encontraba nuevamente en Tinta, respaldó activamente la causa de Andrés A. Cáceres, y la casa de los Turner fue usada como hospital de guerra, al punto que la propia Clorinda organizó un sistema de ambulancias.

Su esposo murió en 1881, dejándola sola en medio de la turbulencia del conflicto bélico y en una situación económica complicada. Ello hizo que se mudara a Arequipa donde asumió la jefatura de redacción del diario La Bolsa. Es a partir de esa época que empieza a escribir profusamente, fundamentalmente ensayos.

En 1886 decide vivir en Lima, y tres años después asume la dirección de El Perú Ilustrado, la revista literaria limeña más importante. Ese mismo año, en 1889, lanza su primera obra de ficción, Aves sin nido, con la que alcanza mucha notoriedad. La novela es considerada como una dura denuncia contra la corrupción estatal y la explotación de los indígenas por parte de los terratenientes y de la iglesia católica.

Como adivinarán, la curia, desde su atravesada perspectiva, tomó el libro como un ataque de las fuerzas de Satán, o algo así, y esperó agazapada para cobrarse la venganza.

Dicho y hecho, en 1890, a raíz de la publicación de un poema irreverente escrito por un brasileño en su revista, la iglesia le saltó a la yugular, como un vampiro sediento de sangre. El Cipriani de entonces, prohibió bajo pena de pecado mortal la lectura y compra de El Perú Ilustrado, e inició una campaña en su contra que terminó con su excomunión, en 1891. En Cusco y Arequipa fue incluso quemada su efigie, y su novela fue incluida en el Index, la lista de libros prohibidos.

No obstante, Matto siguió escribiendo. Al año siguiente publicó una nueva obra de ficción, donde describe a un sacerdote de pútrida moral. Y al poco, con el apoyo de su hermano, saca adelante una imprenta desde la cual lanza nuevas publicaciones y promueve obras de otras escritoras.

Sin embargo, los odios que cosechó en la política y en el clero se exacerbaron. Su casa fue destruida; y su imprenta, saqueada. Para hacerla corta, tiene que huir. Mucho más tarde, muere exiliada en Buenos Aires, en 1909. Toda una santa laica, es decir.