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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

La foto que reunió a Benedicto XVI y a Fidel tiene cierta ternura y debiera ser vista con ojos distintos a los de aquellos que solo buscan significados políticos que los favorezcan. Ver a dos viejitos, tan aparentemente distantes, sonreírse respetuosamente y manifestarse preocupados por los asuntos mundiales, no es poca cosa. De manera directa admiten que el mundo seguirá girando después que ellos hayan desaparecido. No se trata de un mensaje secundario en un universo en el que muchos de sus protagonistas –sobre todo aquellos obsesionados por crear riquezas y producir más dinero– parecieran ser ajenos a la finitud de sus propias vidas y, por sobre todo, ajenos a las necesidades de las generaciones que vendrán.

La progresiva destrucción del planeta minimiza, yo diría que hace casi anecdóticas, las diferencias ideológicas que puedan existir entre ambos hombres de Estado. Tiene además esta foto, como casi todo en la vida, su faceta de humor. Ambos coinciden en que el mundo debe cambiar. Cuba también, dice explícitamente Benedicto XVI; la Iglesia más, piensa silenciosamente Fidel. Sin embargo, ambos continúan sonriendo y encaminan sus pensamientos por los senderos usuales a cada uno. Senderos que, por más que no coincidan en las formas, sí coinciden en el fondo, pues ambos parecen comprender que la sociedad humana está sometida a cambios irreversibles cuyo destino es difícil de adivinar. No hemos sido capaces en todo el siglo XX de acertar ninguno de los hechos que fueron torciendo su rumbo, menos lo seremos –con los cambios tecnológicos actuales– de prever este XXI que transitamos.