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Redacción PERÚ21

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Beto Ortiz,Pandemoniobortiz@peru21.com

El verano es la estación más feliz del año y tienes que estar bronceado porque si no estás bronceado vas a ser muy infeliz este verano. Aquí la playa es Sudáfrica pero su apartheid es al revés. Serás una vergüenza y un asco y el hazmerreír de toda la costa si eres blanco. O mejor dicho, si estás blanco. Porque puedes ser blanco y estar regiamente bronceado. O, mejor dicho, tienes que ser blanco pero debes estar bronceado. O sea, tienes que ser blanco pero no por encima sino por dentro, por debajo. Tienes que ser blanco porque –obvio– no se permite ser negro ni marrón. Quiero decir: se permite ser marrón y negro pero si lo fueres, tendrás que cubrirte de color reglamentario y sentirte cómodo con tu mandil blanco, azul o rosado y también con la idea de que no podrás meterte a bañar en mi océano este verano. Por lo demás, normalazo, chévere contigo, todo tranqui. Para broncearse –ya se sabe– es menester ir a la playa pero no se puede ir a la playa a exhibir un cuerpo que no ha sido previamente bronceado. De ninguna manera. Ni siquiera en tu primera vez. Entonces, ¿qué hacer? Hay que ir primero al solárium, estúpido. No se trata de una ocasión cualquiera. Vas a presentar tu desnudez en sociedad y más vale que examines tu color, tu textura, tus uñas, tus venitas, tus arrugas, tus manchitas, tus pecas y los vellos de tu espalda. Depilación láser, peeling, dermoabrasión. Más vale que prepares hasta el mínimo detalle. Hay que salir calatazos al sol, por supuesto, pero también hay que defenderse de sus rayos UV porque producen cáncer de piel y también te cocinan y te fríen y te manchan y, lo que es peor, te arrugan. Hay que apertrecharse previamente de todo un arsenal de potingues para defenderse del sol. Hay que comprarse los anteojitos de verano, los tolditos de verano, las viseritas de verano, las cremitas fosforescentes de verano. Hay que embadurnarse de bloqueador con factor 18 como quien embadurna con mantequilla un pavo crudo. Hay que quedar convertido en un perfecto pájaro dorado del verano. Que quede claro. O mejor dicho: que quede oscuro, dark bronze. Ni blanco ni negro ni marrón: tú debes ser un animal dorado.

El verano es la estación más feliz del año y tienes que estar a dieta y en el gym para estar flaco y marcado porque si no estás a dieta y en el gym para estar flaco y marcado vas a ser muy infeliz este verano. La dieta perfecta de este verano es la que comenzó el verano pasado. Lo malo es que la dieta perfecta, la dieta mágica que hará bajar 50 kilos a Oprah Winfrey no existe aún porque la inventarán recién el próximo verano de modo que siempre estarás desactualizado, gordo y desactualizado porque nada envejece más rápido que las dietas de moda del verano. Quizás no te hayas dado cuenta todavía pero la orilla del mar es una interminable pasarela por la que tus carnes, tarde o temprano, tendrán que desfilar y banderearse y bambolearse y entrar en pública y durísima competencia con las de todos los demás veraneantes que, por supuesto, han entrenado más fuerte que tú y se han matado más de hambre que tú por lo que, de todas maneras, tendrán los coquitos de los abdominales como una tableta de chocolate, muchísimo más definidos que tú. Y no me vengas con excusas de que ya no tienes 20 años porque si no puedes solo pues para eso están la banda, la manga, la megalipo, la abdominoplastia, el tummy tuck, el Xenical, el Herbal Life, los Fat Burners, la nuez de la India, la hormona del crecimiento, los pectorales de silicona, los implantes de pantorrilla y, llegado el caso, todo eso junto y al mismo tiempo y a la yugular pero panza jamás. Por ley de la naturaleza no se llega al verano con panza, no se va a la playa con panza, ni siquiera con pancita, no, no, no. Es palabra de Dios. Es una cuestión de respeto al prójimo, de moral, de estética, de ética, de los más profundos valores humanos. Panza y playa nunca van juntos. Es imperdonable, inaceptable, repudiable, abominable. Por eso resulta de necesidad mortal haber comenzado a entrenar el verano pasado: los aquaerobics y el spinning bajo el agua, el muay thai, los steps, el tae bo, el cardio, el pilates, las bicicletas estacionarias son para el verano, sí, pero para el verano que pasó, para perseverar en ellos con la disciplina y el estoicismo que aprendimos de Esparta, de los comerciales de Milo, del inmortal Alan Wong. Vive sano, come sano, duerme sano, corre, folla, caga sano.

¿Tan cascarrabias me he vuelto que también estoy en contra del verano como me he opuesto aquí a unánimes felicidades como la navidad y el happy birthday? Imposible. Ningún esteta podría quejarse de esa sublime explosión de armonía que solamente se produce en el verano, ningún poeta hippy ha estado jamás enfadado con que, por calles y plazas, se esparza impunemente la belleza. El mismo dios sol que hace abrirse las flores descubre ante nuestros ojos los cuerpos en flor y eso es algo que solamente se le puede agradecer y de rodillas. Pero hay seres que nacieron para la luz del día y otros, para un vago fulgor. Y eso de que todos éramos iguales bajo el sol era solo el hongueado cassette de una famosa demagogia tonerita. Momentos hay en los que todo lo que te toca en el guión es sentarte en la banca del fondo y observar. Mira y aprehende. La gota traviesa de sudor que recorre la llanura de una espalda, un hermoso labrador que, sobre los tumbos, nada estilo perrito o el resplandor caprichoso de los furiosos atardeceres sobre el agua. Por esas sencillas pero significativas razones, amo el verano. Pero amo el verano sobre todo por la siguiente y rotunda bendición: porque, como todos se han largado a sus playas privadas, aquí los cafés están vacíos, los cines están vacíos, las librerías están vacías y hasta las calles están vacías y es posible caminar en perfecta paz. Amo el verano porque los fines de semana en Lima nadie friega. Es la estación más feliz del año porque en la ciudad de los reyes se enseñorea esta resplandeciente desolación.