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Veneno de serpiente y algodón nativo: las ideas de dos jóvenes que buscan cambiar vidas

Daniel Torrejón y Guido Pillaca son investigadores de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y esperan que sus proyectos sean favorables en el ámbito de la farmacéutica y la siembra de algodón pigmentado modificado genéticamente.

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(Mario Zapata)
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Una idea puede cambiar vidas. Sin embargo, si estas ideas no son trabajadas, pueden quedar solamente en buenas intenciones. Y el infierno está lleno de ellas.
En el Perú la investigación y el desarrollo tecnológico aún dan mucho de qué hablar. Según el primer Censo Nacional de Investigación y Desarrollo a Centros de Investigación 2016, desarrollado por Concytec y el INEI, nuestro país presenta niveles de inversión muy bajos a comparación del entorno latinoamericano y mundial.
El gasto en Inversión y Desarrollo (I+D) durante 2015 fue de 518 millones de soles, representando el 0.08% del Producto Bruto Interno en aquel año. Esta cifra nos ubicó en el último puesto en relación a los demás miembros de la Alianza del Pacífico, dejando en claro que aún hay mucho trabajo por hacer.
Esto no ha hecho que jóvenes como Daniel Torrejón y Guido Pillaca pierdan la esperanza en desarrollar sus propuestas, pues están seguros que -con un poco de apoyo- lograrán salvar vidas y traer desarrollo para diferentes comunidades que siembran algodón nativo en el país.
Venenos que pueden salvar vidas
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Lo que no te mata te hace más fuerte. Este es el principio básico que formula Daniel con la finalidad de elaborar un fármaco que permita degradar o cortar coágulos que obstruyen la circulación sanguínea y así combatir trastornos como derrames cerebrales o infartos agudos de miocardio.
Aunque parezca increíble, Daniel tiene la fórmula para obtener este fármaco y es gracias al veneno de una serpiente. Bueno, exactamente no es el veneno.
Con una sonrisa en el rostro, orgulloso de la investigación que tiene a cargo, Daniel comenta que en la selva peruana existe una especie de serpiente denominada Bothrops Atrox, también conocido como Jergón de la selva. El veneno de este ejemplar posee una toxina en su ADN, la metaloproteas tipo 3.
Aunque los nombres pueden sonar confusos y muy técnicos, sostiene que el proceso es relativamente práctico con el apoyo de la biotecnología y la genética. En vez de extraer el veneno del animal, se obtiene solamente el gen que contiene la toxina para aplicarlo a un hongo, Pichia Pastoris, que permite la replica de las proteínas de esta toxina y reduce la posibilidad de que se genere una hemorragia generalizada a la hora de cortar el coágulo.
Una vez masificado este insumo, la investigación pasará a un nivel aplicativo para determinar la efectividad del fármaco que, según afirma, alcanzaría entre el 85 y 92 por ciento de efectividad.
Algodón nativo con pigmentación genéticamente modificada
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Desde Ayacucho, Guido llegó a Lima con todas las intenciones de convertirse en un biotecnólogo, aunque a los ojos de sus padres, estudiaba biología. Proveniente de la sierra, Guido conocía del algodón nativo y su uso en las comunidades para salir adelante a partir de los diferentes productos que se pueden ofrecer a base de este insumo.
Sin embargo, también era consciente de la existencia de una especie de algodón nativo de color del norte del país. Si se invertía tanto en pigmentos artificiales para conseguir diferentes colores de hilos, ¿por qué no utilizar las semillas de especies que ya cuentan con una pigmentación natural?
Pero el algodón nativo pigmentado no cuenta con un color homogéneo, además de no presentar una fibra óptima y su difícil hilado. Por esta razón, Guido decidió iniciar una investigación con la finalidad de rescatar el acervo genético del algodón nativo de color.
Con sus estudios -cuenta- busca que esta especie de algodón pueda sembrarse de manera sostenible, esto tras el trabajo in vitro de la semilla. De esta manera se retomaría el cultivo del producto en un ambiente en el que normalmente no podría germinar.
Una vez logre este objetivo, Guido espera pasar al siguiente nivel: lograr la uniformidad del color en las fibras, de tal manera que el producto final cuente con un nivel estandarizado y se utilizado para la confección.
Más que un trabajo, una pasión
Existe el prejuicio de que aquellos que se dedican a la investigación pasan su vida en un laboratorio. La verdad es muy distinta.
Daniel y Guido ríen al escuchar esta premisa, pues comentan que cuando no están observando en el microscopio o realizando apuntes, salen a practicar deporte o se ven con sus amigos. Son personas comunes y corrientes que también tienen pasatiempos como tú o como yo.
No ven el estar dentro de un laboratorio como una carga, pues recuerdan que esta es su profesión y su pasión, algo que disfrutan hacer y que consideran también como un arte.
Y ha sido esta dedicación de ambos la que los ha llevado a recibir el apoyo de la farmacéutica Bayer y su programa Young Community Innovators (BYCI), que ha premiado las iniciativas de Daniel y Guido con S/12 mil y S/5 mil soles, respectivamente, para que continúen desarrollando sus investigaciones y así sus buenas intenciones no queden solo en ideas y puedan ayudar a más personas.