Ricardo Pun Chong, semifinalista de CNN Héroes. (foto Mario Zapata).
Ricardo Pun Chong, semifinalista de CNN Héroes. (foto Mario Zapata).

* Esta nota se publicó el 17-07-18, pero fue actualizada tras la victoria del médico Ricardo Pun Chong como el Héroe del Año de la cadena CNN por su loable labor.  

No se considera un héroe. Pero está entre los 25 semifinalistas del concurso mundial de Héroes. Sí, la cadena de TV norteamericana. Certamen que tiene 12 años y el doctor Ricardo Pun Chong es el único peruano que ha llegado hasta esta etapa. ¿Por qué? Es el fundador del albergue Inspira, que ofrece un hogar temporal para niños con , parálisis cerebral, síndrome de Down y quemaduras. Tocamos el timbre del albergue, entramos y nos abrimos paso entre voluntarios que están arreglando la casa. Adentro, niños corren, madres llegan con sus hijos de provincias y el doctor conversa con sus mejores amigos, como les llama a sus pequeños huéspedes.

¿Qué lo motivó para ayudar al prójimo de esta forma?
Mi familia. Y donde estudié siempre hemos estado vinculados a ayudar a la gente. Mi mamá me llevaba a hacer labor social con la parroquia del María Reina, donde hice el colegio.

¿Cómo era su madre?
Falleció al día siguiente de mi cumpleaños, en el año 2000. Esperó que yo llegue de viaje. Ella tenía, entonces, 65 años de edad y padecía de cáncer. Pero no he hecho esto por ella. Era muy dedicada a siempre dar la mano, le gustaba que la gente estudie, que prospere. Decía que te podían robar todo, pero lo único que no te pueden robar es lo aprendido. Luego fui acólito hasta los 21 años. También he sido alumno bombero a los 16 años, con permiso notarial. He dictado clases a quienes iban a la parroquia. Desde el 94, por tres años, hice una colecta en el Icpna para la Teletón.

¿No hubo algún episodio que lo marcó para elegir este camino?
Todo se alineaba, solo que yo no lo entendía. Para elegir este camino, me pasó que le hablé a Dios. Estudié en el extranjero y sabía que si me enamoraba, me quedaba allá. Pero yo no quería quedarme en el extranjero. Entonces, toda mi vida universitaria me la pasé estudiando. Ya tenía 36 años y estaba sin pareja. Le pedí a Dios que me dé una señal. Le dije: “¿Quieres que sea cura, hermano, misionero? Mándame una señal”. Pasó y empecé a salir con una persona, pero a los tres meses terminamos. Entré en trompo. Una paciente mía se percató de mi estado y me pidió que la acompañe a un albergue de gente con cáncer. Fue un 23 de diciembre. Me fui a un supermercado y compré tres carritos de juguetes, víveres, etc. Ese día conocí a una niña de 14 años, que estaba tapada hasta la boca y con una gorrita porque se le había caído el cabello. La invité a dejar la cama hasta seis veces porque había juguetes, hasta que me confesó que le habían amputado la pierna. Así empecé a engancharme y a encontrar sentido a lo que estaba ocurriendo.

¿Qué enseñanzas le han dejado los niños que llegan a su albergue?
Que los adultos nos peleamos, nos mandamos por un tubo y ya no nos hablamos, pero ellos discuten y dentro de cinco minutos siguen jugando. Eso me parece lo más encantador del mundo.

Y, entonces, ¿cómo nace el albergue Inspira?
Hay un número muy grande de pacientes con cáncer y hay una gran posibilidad de que los niños se curen. El problema es que todos se tienen que atender en Lima y los niños de provincias tienen que enfrentarse al tema de la estadía. Así creamos el albergue, con la idea de que no se suspendan los tratamientos. Acá tienen alimentación sana y un espacio donde pueden reposar.

¿Cuál ha sido el momento más difícil que han tenido que enfrentar como albergue?
Si bien la muerte de un niño es un momento difícil, algo que considero complicado es que se ponga en tela de juicio el trabajo que hacemos acá. Por ejemplo, cuando todos donan 500 kilos de arroz, ¿qué hacemos con todo eso? Solo te queda cambiar una parte por otros productos, donarlo a los bomberos, etc. Pero la lengua frágil cuestiona su uso.

¿Existe una cultura de la solidaridad, de la ayuda?
Existe, pero está mal guiada. Eso pasó en el norte tras la Corriente del Niño. El gobierno tuvo que decir: por favor, no más ropa. Una vez nos donaron un rompecabezas sin piezas, muñecas sin piernas.

Se cree que donar es dar lo que ya no te sirve o lo viejo.
A veces. No se piensa en qué es lo que realmente se necesita. Nos falta educación. No se necesitan grandes donaciones, basta con el compromiso de muchos que donen poco, pero que sea sostenido. Pasa que cuando se ve a alguien con su lata para alguna campaña (como puede ser Ponle Corazón, que empieza mañana), agarramos nuestro celular y hacemos la finta de que no hemos visto al voluntario o le decimos que estamos ocupados.

Se suele dudar del destino de las donaciones. ¿Usted qué gana con todo esto?
(Llama a un niño y se pone a conversar con él: ¿Quién es tu mejor amigo? “Tú, doctor”. ¿Y mi mejor amigo quién es? “Yo, pero Gael también es tu mejor amigo”). Eso se siente, no se mide. Es una bendición saber que por aquí han pasado más de 900 familias, que no tenía la menor idea de que iba a conocerlas. Dios me ha dado la posibilidad de ayudar.

¿Lo de CNN cómo se dio? Porque el reconocimiento también motiva.
He tenido algunos reconocimientos. Uno del Rotary Club, Valores de Somos Grau (Marina de Guerra y Fundación Telefónica), la Medalla Cívica de Santiago Apóstol en Surco y ahora el de CNN Héroes. Espero llegar a la final, que será en unos meses, donde habrá votación del público. De ser así, la premiación que obtendría la usaría para implementar el terreno que me ha cedido el Municipio de Surco para levantar ahí el albergue.

¿Se siente un héroe?
No sé si la palabra sea esa. Pero no es a lo que yo me dedico, que es la medicina. Esta es mi parte de filantropía. Y este reconocimiento de CNN es para todos los voluntarios que están conmigo. Y para toda la gente que confió en Inspira, porque lo complicado en la vida es sostener un sueño.

AUTOFICHA:

“Tengo 46 años. Estudié Medicina. Empecé en la San Martín, luego me fui a México, a la Universidad Autónoma de Guadalajara. Hago medicina complementaria, que es medicina alternativa. Hacemos medicina china y homeopatía. Y ahora estudio una maestría en Gestión de Salud”.

“Siempre quise estudiar Medicina. Mi papá fue muy hábil: me llevaba a jugar a su consultorio. Cuando yo tenía ocho años, ya les tomaba la presión a pacientes reales. Mi abuelo fue médico y hacía medicina china. También mi primo, mi tío, mis hermanos. Siempre hemos estado en eso”.

“Pero en el albergue no vengo como médico, sino como Ricardo. Mis padres, donde estén, deben estar súper orgullosos de lo que hago. A ambos les diría gracias, porque por ellos sus hijos han marcado la diferencia. En la vida siempre tienes dos cosas para elegir: lo positivo y negativo. Elegimos lo primero”.