Parece mentira que nuestro destino colectivo esté en manos de una banda de extorsionistas, mientras el lerdo Estado peruano ni ata ni desata. Si cuando finalmente reaccione, lo hace como hizo Huiracocha, padre del futuro inca, que ante el avance chanka huyó despavorido a refugiarse en Jaquijahuana, el Perú habrá desaprovechado la principal palanca de su progreso. Porque, no nos engañemos, la minería es esa palanca. La única capaz de elevar nuestro nivel para lograr equipararnos con Colombia o Chile. Pero el Estado ha desertado de sus obligaciones, desamparando a la minería. Así, en lugar de orientar sus energías al desarrollo de nuevos emprendimientos, el sector minero tiene que lidiar contra el crimen organizado que lo extorsiona y la burocracia inepta que lo agobia, mientras el Gobierno, pusilánime y sin rumbo, no atina a decidir su próximo paso: huir a Jaquijahuana o emular a Pachacútec.