Experiencia en Palacio. Cuenta que cuando vio a Castillo ya instalado, era otra persona. (Foto: GEC)
Experiencia en Palacio. Cuenta que cuando vio a Castillo ya instalado, era otra persona. (Foto: GEC)

De San Isidro a Independencia. El primer salto en la vida de fue así de radical. Sus padres, ligados a la Iglesia, decidieron mudarse para hacer obra cuando él tenía 8 años de edad y la vida del ahora dos veces exministro se abrió a las grandes diferencias.

“Nunca me voy a olvidar que, cuando salía en San Isidro y caminaba por el Olivar, había un policía que me ayudaba a cruzar la calle. Tenía la imagen del policía amigo y, sin embargo, cuando llegamos a Independencia, presencié una invasión de mujeres y todo fue diferente. Recuerdo que la policía de servicios especiales fue muy dura al desalojarlas; el trato fue muy distinto, sentí que fueron malos con ellas”, dice a la vez que hace un paralelo con los tiempos convulsionados que hoy vivimos: “El problema no es la Policía o las FF.AA., el problema es el Estado, que no genera oportunidades para todos”.

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De nuevo la vida

Otro salto enorme fue el que Mariano González tuvo que dar en la primera etapa del COVID, cuando no había vacunas, cuando la vida y la muerte estaban más cerca que nunca.

Su esposa y él se contagiaron al mismo tiempo. Fueron internados en una clínica, pero él llevó la peor parte, pues los valores eran tan bajos que tuvo que ser trasladado a otro centro de salud para ser intubado.

Era la época en que conseguir una cama UCI era un privilegio, así que les tocó despedirse sin saber lo que podía pasar. Recuerda: “Nunca tuve tanto miedo. Yo generalmente soy algo osado, pero con el COVID tuve temor de irme sin haber hecho algunas cosas”. A pesar del susto, cuenta González, vivieron un final feliz.

En el reencuentro preguntó a Lissete, su esposa, por José Antonio, un bebé que hoy tiene recién un mes de nacido: “Uno desvaría al despertar de la sedación, pero hoy José Antonio existe. ¿Será que lo creé en la mente desde la esperanza de vida?”, se pregunta sonriente, a la vez que acepta que cambia pañales, prepara biberones, pero sobre todo saca “chanchitos” al nuevo integrante de la familia González Ortega.

Izquierda y Represión

El apodo de ministro del amor es ineludible para Mariano González, quien tiene 56 años, estudió la primaria en un internado, terminó el colegio en una escuela estatal de su distrito, hizo servicio militar en la Fuerza Aérea y optó por estudiar abogacía en la Universidad San Martín.

Por su cercanía a la Iglesia fue también profesor de Religión en Independencia e integró un grupo de música folklórica que se llamó Kausachun, a la vez que probaba su talento en las tablas. “Generalmente he tratado de mantener mi lado sensible, desde la religión y desde el arte. Es algo que tiene que ver también con la política, desde el compartir humano, aunque ahora todo se ha puesto más frío y complicado”, explica.

Mariano González comenzó a militar en la izquierda desde la universidad, cuenta que incluso fue incómodo al ‘fujimorato’ desde la dirigencia estudiantil, así que un día recibió una golpiza, “una visita violenta”, dice, “relacionada al SIN. Esa persona sugirió que me retire, que aún estaba a tiempo y así lo hice. Me retiré a Arequipa a empezar de cero. Me metí a la UNSA.”

En Paralelo

La situación actual y la de los 90 pueden tener similitudes. “La diferencia esencial”, dice González, es que este es un gobierno democrático (el de Dina Boluarte), que está cometiendo errores garrafales. Pero es un gobierno producto de la democracia, donde funciona el Congreso y los medios de comunicación.

Donde la sociedad civil puede opinar. Eso, explica, no pasaba durante el fujimorato. En esos tiempos todo aquel que levantaba la voz era silenciado, con plata o con bala, pero silenciado, afirma quien a mediados del año pasado fue ministro del Interior y pudo ver desde dentro de Palacio de Gobierno a Pedro Castillo: “Lo conocí durante la segunda vuelta, pero en junio me encontré con otra persona. A medida que pasaron los días, me di cuenta de que el profesor rural que conocí y que inspiraba cierta ternura por el afán de hacer diferentes cosas había cambiado, era otra persona, parco y desconfiado”, observa.

Chispazos

¿Qué le pasó a Pedro Castillo en el poder?

Pedro Castillo perdió contacto con la realidad creo que a los pocos meses de estar en el gobierno. Bruno Pacheco, sus amigos empresarios chotanos, luego Aníbal Torres, Betssy (Chávez) y otros más lo tenían en una burbuja y realmente él no entendía cómo funcionaba el Estado.

¿Es víctima Pedro Castillo?

Digamos que sí, pero de él mismo. Porque si uno no sabe algo, debe rodearse de gente que sepa y que tenga valores democráticos y no solo intenciones de saquear el Estado.

¿Qué opina de la fiscal de la Nación, Patricia Benavides, en el gobierno de Boluarte?

Yo creo que está manteniendo una necesaria independencia. Ha abierto carpetas fiscales en contra de la presidenta y sus ministros por lo de San Marcos, por ejemplo, sin que sea un mensaje político. Se trata de hechos cometidos durante su gestión, a diferencia del caso de Castillo, donde había hechos de corrupción ajenos a la gestión.

¿Qué piensa de Verónika Mendoza en estos tiempos?

Lo que creo es que buscan con su discurso mantener un espacio para su grupo; creo que está en permanente campaña. Si bien ha mantenido una posición, más allá de los ideales, nuestro país nos exige que tendamos puentes y que pongamos en agenda los temas que se necesitan con urgencia.

¿Qué le aconseja a Dina?

Creo que debería comenzar a gobernar; aún creo que se puede salvar esto.

¿Quién está gobernando entonces?

Nadie. Es decir, nominalmente ella está en Palacio y, si bien tiene un equipo a nivel técnico muy bueno, políticamente no está teniendo un norte. No hay una estrategia política porque, de lo contrario, estaríamos viendo posibles soluciones con la gente que marcha.

Si sale la presidenta, queda Williams a la cabeza…

Quizá sería momento de pensar en un cambio de Mesa Directiva.

¿Algún nombre para presidir el Congreso en ese caso?

Yo propondría nombres como Chiabra, Anderson o hasta Balcázar. Alguien que conduzca hasta que esto termine. Dina tiene –o tenía– todo para hacerlo, pero cada día sigue disparándose a los pies.


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