Quienes estamos optando por el mal menor, es decir, por Keiko Fujimori, somos gente escéptica, que no creemos en los caudillismos y en la concentración del poder. Creo que consustancial a ese apoyo es una actitud vigilante y escéptica. Con ese mismo escepticismo, me aproximo a un voto que no es un cheque en blanco. Es un voto vigilante y exigente. También quiero creer que la vida, los tropiezos y los golpes que le han tocado pasar a la señora Fujimori, en gran parte como consecuencia de sus propios actos, le habrán hecho reflexionar y darse cuenta de que no le queda otra que cumplir con sus compromisos. Además, quiero hacer una precisión que no se aquilata lo suficiente: el fujimorismo, en su versión keikista y albertista, solo ha abusado del poder cuando ha tenido mayoría en el Congreso. Pero cuando no ha tenido esa mayoría en el Congreso, ha hecho una oposición razonable como la que hizo en el gobierno de Ollanta Humala. Eso hace toda la diferencia. Un fujimorismo obligado a transar en el Congreso, a través de alianzas parlamentarias, hace toda la diferencia. Más allá de mis convicciones subjetivas o emocionales, es un indicador que me hace creer en principio que los incentivos están mejor dados para que la señora Fujimori no abuse del poder si sale elegida.