Alan García cumplió el mayor sueño de Víctor Raúl Haya de la Torre. En marzo de 1955, desde su destierro en Europa, el ‘Jefe’ habría escrito en una carta dirigida al maestro Aníbal Ísmodes lo siguiente: “… creo que Ud. convendrá conmigo que vale la pena que un hombre como yo pase al retiro. Nada me haría más feliz porque el movimiento es lo que debe triunfar y no el hombre que lo forjó”.

Así, uno de sus más jóvenes discípulos llevaría por fin el partido al gobierno. Alan se convirtió en el líder, para muchos indiscutible, del Apra. Haya ya no estaba y las pasiones por García despertaron incluso el alanismo, pero no todos estaban de acuerdo. Para uno de los más destacados apristas, militante con García desde sus inicios, existe una diferencia esencial entre Haya y su pupilo: “Víctor Raúl vivió modestamente y murió pobre. Haya era un apóstol, un hombre excepcional con virtudes. Quizá Alan, al tener familia e hijos, escogió un camino… Alan era un político. Tuvo su manera de entregarse al partido y al país”.

No obstante, llegó a Palacio dos veces. Su primer gobierno, por decir lo menos, causó impactos: el manejo económico y algunos episodios de García perdiendo el control. “Él tenía la idea de ser el gran líder de la izquierda republicana, su discurso apuntaba a quedar en la historia y creía que todo lo que hacía era trascendente. Aplicó entonces las políticas típicas del populismo económico y luego provocó la inflación y lo que ya sabemos. Eso no lo lograba entender porque no era buen economista”, explica otro aprista con trayectoria.

No en vano, una vez que dejó la presidencia, hubo varias denuncias y comisiones investigadoras en su contra. Quizá la más tenaz, la que lo persiguió hasta el final de sus días, fue la de las “matanzas en los penales” de Lurigancho y El Frontón. Cuentan que, en el marco de la Conferencia de la II Internacional Socialista –a la que se acababa de integrar el Apra– organizada en Lima en 1986, Alan García hizo una crisis y nada menos que frente al excanciller federal de Alemania Willy Brandt. El líder socialdemócrata y ex miembro de la resistencia antinazi habría intentado calmar al entonces presidente del Perú sin éxito: “Alan dio carta libre a la Guardia Republicana y los Marinos, pero a Brandt le dijo llorando que era un horror lo que le habían hecho hacer. El alemán difícilmente pudo tranquilizarlo y horas más tarde, sobre los cuajarones de sangre declaró la famosa frase: ¡O se van ellos o me voy! Fiel a su estilo culpó a los ejecutores directos”, recuerda un diputado de la época.

La persecución durante la gestión de Fujimori terminó por hacerle un favor. García pudo salir del país sin afrontar sus juicios. Primero con el salvoconducto otorgado por César Gaviria de Colombia y luego gracias a la resolución de la CIDH que pedía el cese de hostigamiento por parte del gobierno. Por dos meses, sin embargo, vivió a ‘salto de mata’ en Lima y uno de sus primos lo recuerda así: “Íbamos tres familiares acompañando a Alan, todos armados con pistolas o revólveres, él también. Sentado –o más bien chorreado– en el asiento de atrás del carro, le llamábamos Tango, Gundi o Zambo y lo llevábamos a los locales partidarios donde lo esperaban para un saludo y unas palabras en tiempo récord”. Años después, cuando Montesinos intentaba ubicarlo, los ‘compañeros’ usarían también el nombre de “Elena” al referirse a él.

Lo cierto es que volvió. Y, según dicen, entre 2001 y 2013, solo el “último histórico” lo hacía entrar en razón. “Armando (Villanueva) estuvo lúcido hasta el final y una opinión suya pesaba mucho. El Apra es muy institucionalizada en ese sentido y bastaba verle la cara para que todos temblaran”.

En la misma línea, otro aprista confiesa: “De alguna manera, Alan pierde la brújula después de la muerte de Villanueva, cuando además se acentúa la relación con el fujimorismo, en mi opinión, en defensa propia”.
No son pocos los ‘compañeros’ que guardan opiniones controvertidas sobre el entorno del ex presidente. Los apristas que se han mantenido al margen de García en los últimos años, pero dentro del partido, describen su círculo más cercano así: “Alan hablaba de sus ‘esclavos’. Se rodeaba de gente poco inteligente y los avasallaba, les absorbía las neuronas. Algo similar hacía Víctor Raúl; sin embargo, él se rodeaba de gente de mucho nivel y creo que Alan no porque sentía alguna inseguridad, algo que no sentían los viejos apristas”.

Todos los consultados en este Retrato coinciden en que el caso ‘Narcoindultos’ fue el punto de partida del final de Alan García. Desde entonces conoció solo el declive político hasta llegar a un 5% en las últimas elecciones –dejando al Apra al borde del abismo– a las que siguió, al poco tiempo, el Lava Jato que empezó a avanzar implacable sobre él. En medio de graves acusaciones, García les deja a sus compañeros una difícil tarea por resolver en la interna partidaria: decantar entre el llamado alanismo y el hayismo histórico.

“Que la obra de Haya de la Torre sobreviva; para eso hay que pasar la página de Alan y hacer reingeniería para que dejen de identificarnos como ladrones o corruptos”, enfatiza un destacado dirigente.

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