Luisa María Cuculiza se quebró al hablar sobre su infarto pulmonar y recordar a sus hijos. (Luis Centurión)
Luisa María Cuculiza se quebró al hablar sobre su infarto pulmonar y recordar a sus hijos. (Luis Centurión)

Luisa María Cuculiza confiesa que cuando Keiko le anunció que no iría en la lista al Congreso, pidió un vaso con agua y se lo tomó temblando. Luego, salió con taquicardia de la casa de la lideresa de Fuerza Popular y cuando llegó a la suya, no podía ni subir las escaleras. “Me llamó una vez después para agradecerme por mi comportamiento, por no haber salido a decir cosas... Nunca más hablé con ella”, recuerda ahora.

Su fortaleza es indiscutible. Su franqueza, innegable. Sin embargo, Lucha Cuculiza (75) estuvo al borde de la muerte en julio de 2017 por una crisis que la mantuvo por semanas en la unidad de cuidados intensivos de una clínica.

Para ella, que sufrió el asesinato de su esposo y tuvo que escapar manejando con lo que tenía puesto y sola desde Huánuco, la depresión no existe.

Cuando pronuncia la palabra estrés, pregunta si así se dice y asegura que nada le da miedo; que no se amilana frente a nadie. Sospecha, no obstante, que la embolia que le dejó medio pulmón pasmado fue una reacción emocional.

Todo comenzó con el anuncio de que sería excluida de la lista al Parlamento, simplemente porque, como le dijo Keiko cuando la citó en su casa, ya estaba decidido. Confiesa que el golpe fue más fuerte porque venía de alguien a quien ella consideraba como una hija: “En serio; si otro me lo hubiera dicho, quizá no me habría impactado tanto. Lo absorbí. Mi circulación se malogró, se me hicieron coágulos, tuve herpes en las piernas; casi me muero del dolor. Los médicos dijeron que era tensión nerviosa o no sé qué cosa”.

La ex congresista es huanuqueña, de padre croata y madre siciliana; la menor de siete hermanos. Su papá viajó tras la reforma agraria con uno de sus hijos a Nicaragua para trabajar en una granja, pero al poco tiempo murió a manos de los sandinistas. Lo recuerda como un ángel de paz que los defendía de la mano dura de su madre, quien no permitía que se quiebren tres normas en la casa: no mentir, no coger nada que no te perteneciese y no hablar de nadie que no estuviese presente.

Pero rompe con la seriedad para decir, entre risas, que “si está presente, ya es otra cosa; le digo todo en su cara pelada y bien clarito, como cuando estaba en el Congreso: tú eres un imbécil, tú no sirves para nada, tú eres mentiroso, etc.”. “Claro que no se trata de ofender demasiado, pero a veces la gente necesita respuestas duras”, añade.

Con esa misma claridad responde todas las preguntas; sin filtro alguno y lejos de la diplomacia propia de los políticos. Así, al recordarle que describió a la congresista Aramayo como “la de las pestañas que le llegan hasta las cejas”, sonríe y de cierta forma se avergüenza diciendo que le tiene a esa congresista gratitud porque cuando estuvo internada, le llevó un ramo de rosas y mostrándole su admiración le reveló que había aprendido mucho de ella.

Si habla de las relaciones de pareja, Cuculiza dice con firmeza que “lo que no sirve se bota a tiempo, porque no hay que estar al lado de una persona que no te da felicidad; Dios te trajo al mundo para ser feliz, no para ser desgraciado, mendigo de amor, ni golpeado”. Si se refiere a su acento y su forma de hablar, asegura que es de provincia y chola. Y si eso contrasta con su estatura y rasgos, reflexiona: “Qué voy a hacer si tenía papá croata de dos metros y mamá italiana de metro ochenta”. Riéndose, continúa: “Yo nací en Tomayquichua, la tierra de La Perricholi, pero sin sus costumbres, claro”.

Para Cuculiza, se debería cerrar la Fiscalía, el Poder Judicial y el Congreso. Confiesa sentir vergüenza por el deterioro total que existe en las instituciones y se pregunta cómo puede ser que tantos roben, coimeen o que los congresistas mientan con sus currículos y estudios. No se inhibe de cuestionar a los miembros de la mayoría parlamentaria preguntándose quién los ha evaluado. A ella, dice, nadie la evaluó para botarla.

Y como si pensara en voz alta, especula: “Quizá me sacaron por eso. Ellos saben que yo no digo a todo que sí”. “Con un Congreso como este, yo ya me hubiera muerto de un paro cardiaco y el pulmón se me hubiera terminado de secar”, comenta.

Considera, además, que el círculo cerrado de Keiko tiene que ser cambiado y que la señora Ana Vega, Joaquín Ramírez y otros tienen un poder extralimitado sobre la lideresa. Se desespera, por otra parte, cuando recuerda la situación de Kenji.

“¿Cómo pueden haber tratado de esa forma a su hermano?”, expresa. Y algo similar señala cuando habla de Pedro Pablo Kuczynski. “No era un mal hombre y de qué manera lo sacaron; y luego le allanaron la casa, le rompieron las cosas. Hasta la señora tuvo que salir del país. Es denigrante”, sentencia. No duda en responsabilizar al Congreso de Keiko por esa situación y hasta admite que le gustaría visitar al ex presidente y conversar con él. “Hazme el contacto, vamos a verlo”, me dice animada.

Cuando habla de Alberto Fujimori, la ex ministra hace una pausa. Lo recuerda imparable, trabajando a su lado en tantos viajes. Sus palabras transmiten respeto y también nostalgia. Pero luego cuenta que lo ha visto en su casa de La Molina, flaco flaquísimo y triste tristísimo. “Lo de sus hijos lo ha terminado de tumbar”, diagnostica.

Luisa María Cuculiza, única en su estilo, acepta que con la decisión de Keiko “sufrió como bestia” y que luego pidió a Dios poder seguir sirviendo.

Hoy trabaja en la Beneficencia de Lima, dice que se siente satisfecha porque es un lugar donde la gente la necesita, pero asegura que no volverá a hacer política.

“Ya mi vida política se terminó. Quizá me han retirado en el momento preciso, justo cuando estaba arriba”, manifiesta con resignación, a la vez que reconoce el cariño y respeto que le demuestra la gente. “Me saludan, me dicen cosas muy buenas. A veces llego a mi casa y se me salen las lágrimas de la emoción”, concluye.