El 2020 podrá ser recordado por quienes lo vivimos como un año traumático. Había que temerle a un virus desconocido y contagioso, que estaba cobrando la vida de miles de peruanos y quebrando la economía del país. Y había que desconfiar de los gobernantes, los llamados a manejar la crisis. El Perú parecía estar a su suerte.
En el plano político se consumó la más profunda inestabilidad de los últimos tiempos. Tres presidentes de la República asumieron el mando en una semana en medio de un caos social provocado por las ambiciones del congresista Manuel Merino, su bancada Acción Popular, el cuestionado legislador Edgar Alarcón y sus aliados.
Ese complot despertó una reacción nunca antes vista de la ciudadanía que salió a las calles a marchar masivamente. Los peruanos restablecieron el orden democrático, aunque en el camino se perdieron las vidas de los jóvenes Inti Sotelo y Brian Pintado.
La aventura de los golpistas creó escenarios impensados: Francisco Sagasti, el vocero del Partido Morado, se convirtió en mandatario a sus 76 años y Mirtha Vásquez, con la izquierda, se erigió en la Presidencia del Congreso. La fragilidad política, además, abrió paso a protestas de sectores como el agrario, al bloqueo de carreteras y al vandalismo.
Cada día del año despertamos y, sorprendentemente, el Perú todavía estaba allí.
Se le acabó el Swing
Martín Vizcarra supo lidiar con sus enemigos durante sus dos años y medio en el gobierno. Pero no esperó que desde su propio círculo se engendrara una “traición”, como él mismo lo calificó. Los audios grabados por su asistente Karem Roca, en los que se le escuchó tramar con mentiras su defensa en el caso Richard Swing, generaron el declive de su gestión. Luego llegó el fiscal Germán Juárez con una imputación por pago de coimas del Club de la Construcción, una excusa que fue usada por el Congreso -que Vizcarra contribuyó a conformar- para la vacancia del 9 de noviembre. Ahora tienta ser congresista con Somos Perú, uno de los partidos que votó por su destitución.