De cabello negro impecable, un cerquillo perpetuo y dientes de oro, siempre tuvo una dedicación especial por las plantas. Los años la convirtieron en una curandera, chamana, maestra, aunque en su pueblo siempre fue llamada meraya.

En la cultura shipibo-conibo cada vez que alguien es atacado por una enfermedad o tiene una gran dolencia espiritual, acude al meraya u onanya: el sabio del pueblo que todo lo cura con plantas medicinales, una especie de enciclopedia andante de la medicina tradicional shipiba. En Victoria Gracia, un distrito escondido en la selva ucayalina y que tiene menos años que Olivia, ella era la meraya. La meraya más respetada.

Con 81 años, Olivia cantaba los ícaros con una solemnidad que dejaba perplejos a los que llegaban a verla. Estas entonaciones sagradas formaban parte de los rituales que ofreció durante los últimos años. Sus saberes hicieron que el Templo de Camino de la Luz, un centro que ofrece retiros con sesiones de ayahuasca, trabaje con ella durante tres años. De esta forma, el respeto por su sabiduría traspasó las frondosas fronteras selváticas. Ely Kale, de Missouri, la conoció hace unos años. Fue en un viaje junto a su madre a la selva peruana y este encuentro con la meraya le ayudaría a “cambiar las percepciones de su existencia”. Atossa Soltani, presidenta de la organización ambiental Amazon Watch, aún recuerda la voz y sonrisa de Olivia, a pesar de que ya han pasado siete años de aquella reunión.
De esta mujer ahora solo quedan recuerdos. Ya no volverá a cantar nunca más.

EL ÚLTIMO ÍCARO

Tres disparos irrumpieron el inmaculado silencio de Victoria Gracia la tarde del 19 de abril. Dos de los tiros fueron a parar al pecho de Olivia y la derribaron junto a una palmera alzada al lado de su casa. La sabia shipiba se enfrentó sola a su asesino; ni Julian ni Virginia –sus dos hijos– se encontraban en casa en aquel momento. En su pueblo dicen que solo segundos antes había cantado su último ícaro a pedido de su victimario.

Su blusa naranja quedó manchada de su sangre, su falda negra quedó empolvada. Su mirada se apagó mirando el cielo celeste que la arropó por 81 años.

Las autoridades aún no confirman quién es el asesino, aunque en Victoria Gracia lo sospechan desde el primer segundo. La cólera y rabia se tradujo en otro asesinato: del canadiense Sebastian Woodroffe. El ojo por ojo siempre fue una máxima para los shipibo-conibo.

“Ahora voy a estar solita, me han quitado a mi hermana”. Adelina Awanari, la hermana de Olivia, no ha dejado de llorar. No logra encontrar una causa a la muerte de su hermana, aunque las autoridades sospechan que la familia arrastraba una deuda con el canadiense.

En el entierro de Olivia, seis personas quedaron desmayadas del dolor. El pueblo no estaba preparado para despedir aún a su última meraya. Por lo pronto, sus ícaros seguirán recordándose en silencio, como señal de que siempre estará con ellos.

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