Este artículo fue publicado en marzo de 2018; sin embargo, la volvemos a compartir en 2019 debido al Día Internacional de la Felicidad, que se celebra cada 20 de marzo.

Sonreír en el Perú se ha convertido en un lujo, una tarea ardua en tiempos donde los delitos de las autoridades sepultan cualquier logro como nación. Un gol nos devolvió la esperanza, nos sumergió en un abrazo de país que parecía eterno. Parecía, pues pronto nos dimos cuenta que en los últimos años nuestras elecciones, nuestra 'fiesta de la democracia', era más bien un festín de millones venidos desde Brasil.

Jorge Yamamoto es un psicólogo social, investigador de la Pontificia Universidad Católica del Perú, que desde hace dos décadas viene estudiando qué hace que los peruanos seamos felices. Una de sus investigaciones concluyó que Huancayo —este pequeño pedazo a más de tres mil metros sobre el nivel del mar— agrupaba a los ciudadanos más felices. Encontrar el porqué quizás nos ayude a encontrar y sobre todo entender la receta de la felicidad, esa que necesita tanto el país.

¿Cuándo se volvió importante estudiar la felicidad?

–A finales de los años noventa los economistas entendieron que los países más ricos terminaban siendo los más infelices, más depresivos y más suicidas. Entonces el modelo de sociedad basado en la riqueza comienza a tambalear. De esta forma se extiende un modelo que busca que lass sociedades sean ricas pero también felices.

Posteriormente surge este movimiento y, por ejemplo, países como Brasil buscan incorporar el Derecho a la Felicidad como un Derecho Constitucional. Países como Francia desarrollan comisiones de alto nivel para promover la Economía y el Bienestar, al que también se suma el Reino Unido. Dentro de las organizaciones internacionales lo hace también la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la ONU.

¿Cuándo una sociedad es feliz?

–Nuestros estudios encuentran que la felicidad no puede ser un fin en sí mismo. Analizando en cuatro continentes los momentos más felices y las comunidades más felices encontramos que aquellos que buscan la felicidad son las personas y sociedades que terminan siendo las más infelices.
En contraste, las sociedades que buscan adaptarse a los que les tocó vivir y salir adelante con lo que tienen sí logran ser felices. Es una vida dura, de sacrificios y de ir alcanzando metas. Cuando logran eso —la consecuencia, no el fin— es una gran felicidad.

Pero aún en muchas sociedades perdura la idea errónea de felicidad que piden tener calefacción o aire acondicionado. Son sociedades hedónicas en donde tienes que comer rico, comer mucho, tener carros lindos, vestir bien. Esas personas terminan siendo infelices. Confunden la felicidad como consecuencia de algo bueno, con la felicidad como fin en sí mismo.

¿Y qué busca el peruano? ¿Cuál el ‘sueño peruano’?

–Este sueño se centra en la familia. Los peruanos no pensamos de manera individualista sino en el bienestar y desarrollo de nuestra familia. Pero se divide en dos: en familias que se concentran en valores, bienestar, la unión y los otros, que se definen como una familia con plata y status material.
Estos últimos, cuando alcanzan el estatus material no van a conseguir la felicidad ansiada y en el camino se van a estresar más con los bienes materiales y también van a reducir su solidaridad y cooperación. Desde distintos puntos de vista esto resulta una mala receta para la felicidad.

Pero esta unión familiar también trae una deformación, que vendría a ser lo que usted denomina ‘argolla’….

–Se han detectado valores y antivalores. Los valores peruanos tienen que ver con la ayuda mutua y solidaridad pero también hay antivalores en donde la ayuda solo se da en la familia y que el resto se muera. Sin embargo, hay otros peruanos —aunque en menor número— que no solamente piensan en su familia sino también dejan de ser chismosos y van a ser más cooperativos.

¿Ha logrado descifrar 'en qué momento se jodió el Perú.

–Hay varios momentos pero el principal es el siguiente: El Perú maravilloso es el que se encuentra en las pequeñas comunidades rurales y en los pequeños pueblos, tanto de la Costa, Sierra y Selva. Allí, para que las personas sean aceptadas y tengan status, simplemente tienen que trabajar duro, cuidar a su familia, tener un buen comportamiento moral y con eso se alcanza la aceptación social, que resulta un elemento importante para la realización personal.

Pero cuando estos pobladores van a las grandes ciudades en vez de ser reconocidos como los representantes del Perú profundo y de los valores de nuestra nación terminan siendo migrantes de ‘tercera’ o ‘cuarta’ categoría. Dicho de una manera crudo: no son los señores comuneros o los señores amazónicos sino terminan siendo ‘cholos de mierda’. Este mundo al revés genera discriminación e infelicidad en el migrante.

Más temprano que tarde se va a observar una reacción beligerante de estos migrantes. Dejan de tener un rol pasivo y marginado para empezar a tener un rol beligerante. Esto dispara una guerra de todos contra todos y no solamente se vuelve una guerra entre migrantes y no migrantes, sino que se vuelve una guerra contra quien esté fuera de tu argolla.

Este fenómeno se ve amplificado en cualquier semáforo de la ciudad. En vez de que haya un comportamiento cívico y de respeto hay un afán de joder a todo aquel que se cruce.

Jorge Yamamoto es investigador social de la Pontificia Universidad Católica del Perú. (PUCP)
Jorge Yamamoto es investigador social de la Pontificia Universidad Católica del Perú. (PUCP)

¿Y en qué momento aparece lo que usted denomina ‘cholo chic’?

–Pertenece a una cuarta generación de migrantes andinos. Ya no es la primera generación sufrida que trajo sus costumbres y no terminan de adapatarse. Tampoco es el migrante ‘chicho achorado’ de la segunda generación que se caracteriza por una elevada agresividad. Tampoco es el de tercera generación que integra de una manera poco exitosa a la sociedad moderna. Ahora se convierte en un migrante andino que integra todas las culturas y en este contexto aparece el ‘cholo acomplejado’ y el ‘cholo chic’.

El acomplejado es el que no acepta su realidad y desarrolla una identidad media extraña y negativa para su bienestar y para el país. Pero el ‘cholo chic’ integra su identidad con orgullo, lo integra a la modernidad y sale para adelante representando lo que es sin mayor complejo.

Un camino difícil en una sociedad racista y discriminadora...

–Así es, porque lamentablemente nuestro medio es una cosa rara que agrede al que es más peruano. Cholo en vez de ser un elemento de orgullo es un tipo de insulto. Por todo lado, salpica el complejo. En España, si uno habla el inglés con acento gringo es visto como un acomplejado. Sin embargo, si en Perú si hablas inglés como ‘cholo’ te critican.

En ese contexto la persona va a sentir que su carácter va a ser negativo y lo ocultará creando un complejo.

Usted elaboró un 'Mapa de la Felicidad' donde Huancayo aparece como la ciudad más feliz del Perú. ¿Qué características la llevaron a ser colocada en primer lugar?

–Lo primero es que hay resaltar que los sitios más felices son las comunidades rurales y los pueblos pequeños como habíamos mencionado.
Yendo a la categoría de ciudad, Huancayo nos sorprendió porque, digamos, no tiene la arquitectura del Cusco ni el paisaje de Huaraz. Es así que empezamos a profundizar y encontramos las condiciones más importantes para ser feliz. En primer lugar es una sociedad meritocrática. Cualquier wanka que se ‘saque la mugre’ trabajando, respete las normas y distribuya con la familia va a ser aceptado. En contraste, tenemos gran cantidad de lugares en el Perú donde también puedes ‘sacarte la mugre’ pero como no tienes apellido, padrino o eres cholo te van a marginar y no tienes la aceptación social. Tienes un sentido de frustración y terminas siendo infeliz.

Además , el wanka es uno de los menos acomplejados. Es un cholo descarado en el buen sentido de la palabra. Sabe qué le falta,  lo que tiene y tira para adelante. 

Esto no quiere decir que Huancayo sea una ciudad perfecta. Tiene un montón de problemas: violencia, contaminación, etc. Pero comparado con otras ciudades tiene los indicadores de felicidad más alto.

Por otro lado, Cusco y Ayacucho se encuentran en los últimos lugares. ¿A qué se debe?

–Ayacucho todavía tiene rezagos de la violencia senderista. En Cusco existen parámetros rígidos para ser aceptados, hay una suerte de realeza cusqueña. También hay que entender que el flujo turístico de clase mundial ha generado la elevación de los estándares materiales y eso siempre tira para abajo la felicidad. Puedes estar relajado y no hay mucha presión por cómo te vistes, dónde comes y todo va bien, pero cuando en tu sociedad circula tanta plata y tanto lujo, eso no ayuda a la felicidad.

Paradójicamente la plata es un elemento que complica la felicidad. Si estás recontra misio el dinero obviamente te va a hacer feliz porque va haber comida, medicinas; pero cuando te comienza a sobrar la plata el cerebro se raya y terminas comprando huevadas y siendo infeliz.

¿Lima ayuda a la felicidad de las otras regiones?

–Lima es una cosa rara y basta dar una vuelta en combi para darse cuenta. Sin embargo, canaliza buena parte del sueño peruano. Es un lugar en donde puedes encontrar educación —que en su mayoría es una estafa— pero menos que la que existe en provincia. Asimismo, en Lima puedes encontrar más ‘chamba’ que en provincia. Eso hace que el sentido de desarrollo educativo, laboral y de crecimiento de la familia no sea un sueño sino una cosa que con cierto esfuerzo mejora los estándares. Al margen del caos, Lima sí genera un bienestar importante en el Perú.

Tres ex presidentes, más el actual, tienen serios indicios de haber recibido dinero ilegal para sus campañas presidenciales. ¿Podemos ser felices en medio de una sociedad corrupta?

–Habíamos señalado que la felicidad no es el fin sino adaptarnos a lo que tenemos y avanzar. Para salir adelante, una cosa crucial, es que haya un gobierno mínimamente inteligente y honesto que reestructure la Policía, el Poder Judicial y la eficiencia administrativa del Estado. Esos son los puntos que tiene que trabajar el país para salir adelante y como consecuencia pueda generar una gran felicidad.

Pero es cierto que nos hemos acostumbrado a ser cínicos y a hacer anticuchadas entre amigos, parrilladas y con actividades como esas nos anestesiamos cínicamente de toda la porquería política que hay. Pero no va haber felicidad sostenida mientras no cambiemos el sistema electoral que, considero, es el problema principal.

Pensando en lo que vivimos en el 2017 y lo que se vendrá en junio con la Copa del Mundo, ¿el fútbol resulta también una anestesia?

–Es anestesia y oportunidad. Anestesia porque definitivamente dada la carencia de líderes, el tener a alguien como Ricard Gareca —que no es peruano para colmo— o a algunos jugadores correctos, es importante a falta de buenos políticos y presidentes. Encontramos buenos líderes a quienes le tenemos un poco de esperanza.

Pero también el fútbol hace algo mágico: desaparece por un minuto las argollas y somos uno solo, un solo Perú. Esa es una ventana de oro en el cerebro de los peruanos, en donde podríamos conectarnos con un mensaje para que nos demos cuenta que el verdadero Mundial no está en el pasto de Rusia sino en el cemento del semáforo que vas a cruzar. Está en la 'serruchadera' de piso que organizas en tu chamba y la cochinada que se está planeando en el Congreso. Ahí debemos trabajar.

Si todos los peruanos nos vamos poniendo de acuerdo nos daremos cuenta que es más inteligente vivir unidos para una gran meta, para controlar mejor la corrupción, elegir mejor a autoridades, educar mejor a nuestros hijos, salir adelante y como consecuencia de todo ser feliz.

Usted señala que la promoción de los valores es indispensable para la generación de felicidad en una sociedad. ¿Considera que el Estado viene trabajando en esta tarea?

–Específicamente en el ámbito de los valores están hasta las patas. Lo están tomando solo como algo declarativo. El tema de los valores es técnico y hay que conocer cómo se promueven. Hay que trabajar con los niños y como ellos entienden con el ejemplo. En ese proceso aún no llegamos a una esperanza razonable de un proyecto técnico de corto mediano plazo para este fin. 

Hablando de ejemplos ¿qué autoridad moral va a tener el Estado si son los protagonistas más perversos y más salvajes de los antivalores? Es el mundo al revés. En vez de que las autoridades sean las personas con los mejores valores y la mejor capacidad técnica son los más delincuentes, angurrientos y desgraciados. En suma, considero que el Estado hará su trabajo bien en 8 mil años, pero de aquí a corto plazo no lo veo.