Por 66 años, los ferrocarriles pasaron a manos de los bonistas. Estos, a su vez, debían completar algunas vías.
Por 66 años, los ferrocarriles pasaron a manos de los bonistas. Estos, a su vez, debían completar algunas vías.

SÉPTIMA ENTREGA

La guerra con Chile dejó al Perú herido de grave­dad. A nuestros muer­tos y heridos se sumó la destrucción material de nues­tras principales industrias y co­mercios, así como la pérdida de territorio que implicó a su vez perder el recurso importante del momento: el salitre. Tocaba entonces trabajar en la recons­trucción, sanear la economía y planificar el futuro, tanto desde el Estado como desde el sector privado que no se quedó pasivo ante las circunstancias.

Andrés Avelino Cáceres, el llamado Brujo de los Andes, fue héroe de la guerra con Chile, pero también presidente cons­titucional en dos periodos. Pri­mero de 1886 a 1890 y luego de 1894 a 1895. Como gobernante de los primeros años posterio­res a la Guerra del Pacífico, li­deró la reconstrucción del país que estaba sumido en un esce­nario de destrucción infligida por el país agresor.

Los pocos recursos que se había logrado recaudar entre 1879 y 1884 se habían usado para financiar la guerra. Las ha­ciendas de azúcar y de algodón habían sido arrasadas por el ejército chileno. Varios ferroca­rriles habían quedado inutili­zables. Aproximadamente 500 kilómetros de líneas férreas que había hasta 1878 fueron destruidos y recién pudieron recuperarse años después del conflicto. Lima había sido to­mada y sometida, junto con su puerto, el Callao, durante dos años y nueve meses. Y durante el mismo periodo, los ingresos aduaneros habían sido gestio­nados por la ocupación extran­jera.

El fin de la guerra llegó con el Tratado de Ancón, que implicó que el país perdiera Tacna (que fue devuelta recién en 1929), Arica y Tarapacá, territorio muy rico en salitre, que era el recurso de alto valor en la época y por el que se inició el conflicto bélico.

Retrato de Andrés Avelino Cáceres pintado por Nicolás Palas, 1894.
Retrato de Andrés Avelino Cáceres pintado por Nicolás Palas, 1894.

La visión y méritos de Cáceres deben destacarse pues se encargó de las primeras medidas para recuperar un Perú devastado por la guerra.

Una guerra civil

A esa situación, hay que su­marle la guerra civil en el Perú se desarrolló entre 1884 y 1885 a consecuencia de las tratati­vas para poner fin al enfrenta­miento bélico con Chile. Miguel Iglesias presidía el Perú y pro­movió el Tratado de Ancón, que se suscribió el 20 de octubre de 1883. Pero en el centro del país, Cáceres resistía, opuesto a la idea de ceder territo­rios al agresor, por lo cual no recono­ció a Iglesias como presidente y se originó este enfren­tamiento interno. Este conflicto recién finalizó en 1885, cuando Cáceres tomó Palacio de Gobierno e hizo que Iglesias dimitiera para dar lugar a un gobierno provisional y también un proceso electoral en el que el Brujo de los Andes fue elegido presidente consti­tucional para el periodo 1886- 1890. Es en esta gestión que se escribieron las primeras pá­ginas de la reconstrucción del país, un proceso que fue lento, pero en el que la modernización empresarial y nuevas materias primas de exportación echaron a andar la rueda económica.

El pago de la deuda externa y el Contrato Grace

La historia del Contrato Grace comenzó durante la Guerra del Pacífico o incluso antes, en 1878. Ese año, poco después de que en 1876 el Perú declarara la suspensión del pago de la deuda a los acreedores ingle­ses, durante la etapa final del gobierno de Manuel Pardo, este mismo planteó otorgar los fe­rrocarriles en desarrollo a los acreedores. Los planes para el guano eran similares.

Un año después comenzó la guerra con Chile y, en 1880, Nicolás de Pié­rola, como presidente de facto, planteó llegar a un acuerdo con los bonistas para saldar la deu­da. Ningún planteamiento lle­gó a concretarse hasta el final del conflicto. Sin embargo, ello no evitó que durante el enfren­tamiento hubiera intentos de parte de los acreedores ingleses de cobrar la deuda, pero acer­cándose más bien a Chile, que había tomado control de terri­torios peruanos, incluyendo Tarapacá y su riqueza en salitre.

Ante la negativa chilena, los bonistas dejaron de insistir y recién en 1883 hubo una nueva propuesta para saldar la deuda, esta vez proveniente de John Meiggs, hermano del empre­sario estadounidense Henry Meiggs, impulsor del desarro­llo ferroviario en el Perú. La si­tuación financiera del país era tan negativa que ni siquiera el planteamiento de entregar ma­yores concesiones, reducciones de impuestos y aranceles atrajo a los acreedores extranjeros.

Recién en 1884 se dio la pri­mera muestra de interés de los bonistas que pidieron a Ingla­terra que los respaldara en el cobro de la deuda al Perú. En 1886, luego de la guerra civil entre Miguel Iglesias y Cáceres, y con el gobierno de este último ya instalado, surgió una nueva propuesta, pero esta vez fue articulada por el comerciante estadounidense Michael Gra­ce, motivado por una serie de derechos que obtuvo en 1885 y que se relacionaban con la acti­vidad minera en Cerro de Pasco.

La iniciativa de Grace

Grace buscó capitales para su proyecto en Nueva York y Lon­dres. En la segunda el financia­miento le fue negado pues los bonistas británicos aclararon tener los derechos de construc­ción sobre las líneas férreas. Esta situación generó que Gra­ce, ya en 1886 y con Cáceres en el poder, estructurara una propuesta para los bonistas, la cual comprendía el pago de la deuda externa y la entrega de los ferrocarriles, así como otros derechos. La intención del empresario era aprovechar el pago pendiente de la deuda ex­terna como una oportunidad para concretar, al menos par­cialmente, el contrato de Hen­ry Meiggs que había obtenido. Y la mejor manera de lograrlo era actuando como mediador entre los bonistas y el Estado peruano. Como la oferta no fue bien recibida por los acreedo­res británicos, Grace tuvo que renunciar a algunos derechos, aunque mantuvo los relaciona­dos con Cerro de Pasco.

De esta forma, a finales de 1886, Grace presentó un pro­yecto al gobierno de Cáceres. Este otorgaba derechos a los bonistas por un periodo de 75 años y permitiría que los mis­mos tomaran los ferrocarriles estatales y se comprometieran a la construcción de ciertas pro­longaciones; además, podrían reclamar las minas de carbón en la línea de Chimbote y las de mercurio en Huancavelica, así como los campos petroleros no declarados en el norte. Tam­bién tendrían derecho a esta­blecer ocho colonias en la Ama­zonía, entre otros aspectos. Si bien las condiciones no eran atractivas para el Estado pe­ruano, el gobierno no tenía mu­chas opciones para impulsar la reconstrucción del país debido a que necesitaba acceso a finan­ciamiento extranjero. Entregar los ferrocarriles a cambio de este motivó un primer acuerdo.

Ántero Aspíllaga, el ministro de Hacienda artífice del contrato para el pago de la deuda. (ARCHIVO COURRET / GEORGE GRANTHAM BAIN-LOC)
Ántero Aspíllaga, el ministro de Hacienda artífice del contrato para el pago de la deuda. (ARCHIVO COURRET / GEORGE GRANTHAM BAIN-LOC)

Aspíllaga era contrario al proteccionismo. Encaminó la recuperación de los ingresos del Estado y buscó una solución a la devaluación de la moneda.

Michael P. Grace, el empresario que articuló los intereses de los tenedores de bonos. (ARCHIVO COURRET / GEORGE GRANTHAM BAIN-LOC)
Michael P. Grace, el empresario que articuló los intereses de los tenedores de bonos. (ARCHIVO COURRET / GEORGE GRANTHAM BAIN-LOC)

El primer intento

En 1887, Michael Grace y el mi­nistro de Hacienda, José Araní­bar, se enrumbaron a Londres para iniciar una negociación que les permitiera pactar un contrato con el Comité de Tene­dores de Bonos para definir el pago de la deuda peruana. Junto con sir Henry Whatley negocia­ron los términos del acuerdo, en el que se establecieron varios cambios respecto a la propues­ta inicial. El plazo fijado para el contrato fue de 66 años. Algu­nas de las condiciones fueron que el Perú realizaría un pago de 120 mil libras anuales (cerca de US$21.6 millones de hoy) a favor de los bonistas (que provendrían de los in­gresos de las aduanas de Paita y Mollendo), derechos para la explotación de minas, petróleo y guano, y la entrega de 1.8 mi­llones de hectáreas.

Pero había un detalle. El pago de la mitad de la deuda se había asignado al Perú, y la otra mitad, a Chile. Como era de esperarse, el contrato fue objetado por el gobierno chileno que advirtió que lo estipulado iba en contra del Tratado de Ancón con el que se puso fin a la guerra. También estaba en contra la oposición en el Congreso peruano (aun cuan­do el proyecto todavía no había sido presentado oficialmente) y, además, estaban las críticas de otros comités de bonistas, como los de Bélgica, Francia y Holan­da, que también presentaron sus propuestas al Gobierno.

Los acreedores franceses informaron que, de no ser escu­chados, influirían en el Congre­so para que el Contrato Grace-Araníbar no fuera aprobado por el Poder Legislativo. El Ejecutivo no tenía mayor influencia ahí y había alta rotación de gabinetes ministeriales. Con ese escena­rio adverso, el Gobierno no pre­sentó ante el Congreso la inicia­tiva del contrato.

Durante el siguiente año, 1888, los bonistas ingleses in­tentaron negociar parte del pago de la deuda peruana con Chile, pero no tuvieron éxito. Posteriormente, surgió una nueva propuesta con un ac­tor previsible: Michael Grace, pero acompañado esta vez por John Meiggs. Entre ambos em­presarios convencieron a los bonistas de aceptar una nueva propuesta. Esto dio lugar a que John Hely-Hutchinson, quinto Conde de Donoughmore, via­jara a Lima en representación de los bonistas, en compañía de Grace. El país atravesaba un aletargado proceso de reac­tivación económica, con una actividad comercial de débil crecimiento y unas finanzas públicas austeras.

Las negociaciones entre Hely-Hutchinson y el entonces ministro de Hacienda, Ánte­ro Aspíllaga, llegaron a buen puerto y así se llegó al llamado Contrato Grace, en octubre de 1888, aunque faltaba la apro­bación parlamentaria.

¿Cuáles fueron los términos?

Varios de los derechos inicial­mente contemplados fueron eliminados en el contrato, como fue el caso de las conce­siones mineras. Lo mismo su­cedió con la entrega de los ferro­carriles, que se vio reducida, al mismo tiempo que la construc­ción de varios de estos implicó trazos menos extensos. Las lí­neas férreas entregadas, por un periodo de 66 años, fueron las de Mollendo-Arequipa; Arequi­pa-Puno; Juliaca-Santa Rosa; Pisco-Ica y Callao-Chilca. Tam­bién los ferrocarriles de Lima-Ancón; Chimbote-Suchiman; Pacasmayo-Yonan-Guadalupe; Salaverry-Trujillo-Ascope; y Paita-Piura. Por otra parte, los acreedores se comprometieron a concluir el Ferrocarril Central hasta La Oroya (y ya no hasta Cerro de Pasco), así como a com­pletar tramos del Ferrocarril del Sur.

Además, los pagos a los bo­nistas, que antes se plantea­ban en 120 mil libras esterlinas anuales quedaron reducidos a 80 mil libras (hoy hablaríamos de US$13.8 millones de la ac­tualidad).

Otros derechos entregados fueron el uso de los puertos de Ancón, Chimbote, Mollendo, Paita, Pacasmayo, Pisco y Sala­verry y la navegación del lago Titicaca, pero bajo determina­das condiciones. Además, crea­ron la Peruvian Corporation, cuya finalidad fue reemplazar los bonos depreciados de los acreedores por acciones de esta firma para lograr que se concre­tara el pago de la deuda exter­na. Y a la vez se hizo cargo de la gestión de la exportación del guano y de los ferrocarriles.

El contrato fue aprobado por el Congreso en 1889, luego de varias legislaturas y de mu­cha oposición (vea el recuadro) y Chile terminó aceptando el acuerdo entre los bonistas y el Perú.

Más allá de la polémica que generó y que aún despierta, el Contrato Grace no solo permi­tió saldar la mayor parte de la deuda externa peruana, sino que le permitió al país restau­rar su acceso al crédito, contri­buyó a la culminación y ope­ración de varios ferrocarriles, como el Central, que aportaron a dejar encaminado el desarro­llo del sector transporte con miras al ya cercano siglo XX y la modernidad que traía. Esto, a su vez, aportó a la activación del sector construcción y la actividad manufacturera, vi­tal para la generar empleo en tiempos en los que la recons­trucción del país era el objetivo primordial.

La polémica sobre el Contrato Grace

Manuel González Prada fue un férreo crítico. (BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ)
Manuel González Prada fue un férreo crítico. (BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ)

El Contrato Grace causó gran polémica entre los integran­tes de la clase política de enton­ces. Por un lado, la fuerte crítica de un sector que consideraba la firma de este convenio como un retroceso o una vuelta a ser casi como una colonia del impe­rialismo económico. De otro, los que impulsaban las tratati­vas, aseguraban que era la única manera de culminar con el pago de la deuda externa y volver a ser atractivos para la economía internacional. La deuda ascen­día a más de 50 millones de libras esterlinas (equivalentes a poco más de US$8,634 millones de hoy), y estábamos en medio de una crisis económica posguerra.

Fue luego de un primer informe favorable presentado por los comisionados Francisco García Calderón, Francisco Rosas y Aurelio Denegri, en noviem­bre de 1886, que Cáceres deci­dió negociar con los tenedores británicos. Pero inclusive anti­guos aliados políticos suyos se volvieron en contra de este arre­glo internacional, entre ellos el senador Manuel Candamo y el grupo civilista mayoritario en ambas cámaras del Congreso. Asimismo, otro opositor tenaz a la intervención de Grace y a este arreglo fue Manuel Velarde, ministro de Gobierno.

La figura de Manuel Gonzá­lez Prada también resalta en ese momento. El poeta y crítico lite­rario mostró una férrea oposi­ción al contrato y sus discursos cobraron notoriedad. El grupo que lideraba era conocido como Círculo Literario y se caracte­rizó por sus fervorosos debates y condena al arreglo con los bri­tánicos.

Durante tres legislaturas, entre 1887 y 1889, se discutieron los términos del acuerdo en el parlamento. El último año, Cáce­res decidió reprimir a los con­gresistas opositores al contrato, entre ellos algunos seguidores de Nicolás de Piérola, su cono­cido rival. Pedro del Solar, presi­dente del Consejo de Ministros y abogado de Michael Grace, plan­teó que los diputados opositores habían impedido que hubiera quorum sistemáticamente con sus inasistencias, por lo que se convocaría a elecciones para reemplazarlos.

Así, después de una exacer­bada discusión con diputados opositores, el contrato fue final­mente aprobado por el Congreso del Perú el 25 de octubre de 1889. El Gobierno, de ese modo, entre­gaba a sus acreedores 1,230 kiló­metros de líneas de ferrocarril estatal por 66 años. Además, les otorgó el derecho exclusivo de exportar tres millones de tone­ladas de guano, garantizándo­les un ingreso anual de 88,000 libras inglesas (más tarde redu­cidas a 60,000 libras inglesas) por treinta y tres años (en dóla­res de hoy, de US$15.2 millones a US$10.4 millones anuales).

De la sobrevivencia al camino de la recuperación

Mucho esfuerzo demandó levantar cabeza luego de la guerra. Una política de apertura a las inversiones propició la recuperación y el vital consumo.

El sector azucarero fue el que más tiempo requirió por la destrucción que sufrieron sus campos e instalaciones. (Archivo GEC)
El sector azucarero fue el que más tiempo requirió por la destrucción que sufrieron sus campos e instalaciones. (Archivo GEC)

Andrés A. Cáceres go­bernó con una línea económica de libre mercado, basada en la exportación de materias pri­mas cuya demanda mundial se incrementó desde 1884, lo cual propició que el Perú desplega­ra una política de apertura a la inversión y así aprovechar las oportunidades que fueran con­tribuyendo a la recuperación.

La producción y exporta­ción de algodón, azúcar, lana y metales estuvieron entre las más afectadas por la guerra con Chile, pero fue la actividad azucarera la que más tiempo necesitó para recuperarse. Sus exportaciones recién supera­ron los niveles previos a la gue­rra en 1897, mientras que las de algodón y de la minería lo­graron hacerlo antes, en 1890.

La economía experimentó un boom de exportación de materias primas; sin embargo, no pudo llegarse a los niveles de bonanza alcanzados ante­riormente con la explotación y exportación del guano y del salitre.

La que sí logró una recupe­ración récord de sus exporta­ciones respecto a las demás fue la industria de la lana, pues para 1885 ya casi había norma­lizado sus envíos al extranjero.

La recuperación que le siguió a la Guerra del Pacífi­co pudo alcanzarse en 1895, aunque la consolidación de la capacidad productiva y del crecimiento del país tomó aún algunos años más. Pese a todas las adversidades, el Perú logró que sus exportaciones crecieran, en promedio, 4% al año durante toda la etapa de reconstrucción nacional.

Entre 1883 y 1896, el Pro­ducto Bruto Interno (PBI) se incrementó 3.17%, mientras que el consumo privado au­mentó un promedio anual de 2.42%. Y en vista de que algu­nas de las principales activi­dades exportadoras lograron recuperarse relativamente rápido, también hubo un pa­norama positivo para el país. Las exportaciones crecieron a buen ritmo y las importa­ciones solo aumentaron en 0.67% en dicho periodo.

La inversión interna y las exportaciones representaron en conjunto 21.82% del cre­cimiento del PBI entre 1883 y 1896. El resto del crecimiento se explicó por el consumo. No obstante, el consumo público (del Estado) significó solo el 6.31%. El resto, el 71.87%, pro­vino del consumo privado, es decir, de las familias peruanas. Este fue clave para impulsar la reconstrucción del país.

Cambios en la mesa

Antes de la Guerra del Pacífi­co, el Perú contaba con Chile para obtener diversos produc­tos, comenzando por algunos tan básicos como la manteca, el cebo y otros derivados del cerdo, por ejemplo. Sin em­bargo, durante el conflicto y luego de este, esta relación comercial que había sido muy fluida fue interrumpida. Por ello, el Perú tuvo que recurrir a otros países para importar algunos alimentos, como Ar­gentina o Estados Unidos, y con ello también se fueron incorporando algunos de sus hábitos y gustos.

Durante un tiempo, hubo una buena crianza de cerdos en el norte de Lima (Huaral, Huacho), pero durante la bo­nanza azucarera, estas tierras cambiaron de uso y fueron dedicadas exclusivamente al cultivo de la caña y también al algodón. El Perú se enfocó tanto en estos productos de exportación que alimentos básicos como las menestras, por ejemplo, subieron dema­siado de precio por su escasa producción, lo que provocó malestar social en los años de la reconstrucción nacional y hasta inicios del siglo XX.

DATO

El arrase de los chilenos casi no dejó vestigio del desarrollo comercial que hubo durante las décadas de 1860 y 1870.

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