Miriam Cabezas Flores, una profesora rural de 38 años proveniente de Andahuaylas, viaja todos los lunes a las 4 de la mañana, desde el distrito de Talavera, en , a San Antonio de Cachi, un pequeño pueblo agricultor ubicado a 3 horas de distancia. Llega a las 7 de la mañana a la escuela 54502, José María Eguren —“con las justas para prepararnos el desayuno”, dice— y luego se pone a trabajar. Allí vive durante la semana, y regresa a su casa recién el viernes a las 5 de la tarde, haciendo el mismo recorrido.

La escuela 54502, que posee más de 40 años de antigüedad, se ubica en una zona rural bilingüe donde hablan quechua, y castellano como segunda lengua. Miriam, junto con otros dos colegas —un profesor y una profesora— están a cargo del proyecto Ñawinchasu, que significa ‘vamos a leer’, el cual resultó ganador del concurso ‘Maestros que dejan Huella’ al que postularon 1,200 propuestas.

Miriam Cabezas Flores.
Miriam Cabezas Flores.

El proyecto tiene como objetivo que alumnos entre 6 y 12 años aprendan a leer y escribir en su lengua originaria, el quechua. Pero el día que llegó a trabajar a esta institución rural, en 2011, la profesora de entonces enseñaba castellano y los niños solo miraban, pues no entendían nada. Miriam se dio cuenta de que había muchas dificultades de comprensión lectora, pero no sabía cuál era la razón.

Miriam construyó fichas para reforzar el proceso de aprendizaje del abecedario quechua. En la tarde, viendo que los niños ya no tenían más actividades, propuso compartir dinámicas con ellos para estimular la lectura. “Estoy convencida que los niños no aprenden encerrados entre las cuatro paredes de un aula”, aseguró. Sin embargo, advirtió que no era suficiente: “No logré hacer que mis niños interioricen el conocimiento de las vocales porque no me entendían, porque no encontraban palabras”.

Miriam Cabezas Flores.
Miriam Cabezas Flores.

Entonces se le ocurrió otra cosa: usó una canción en quechua llamada cuculí y se dio cuenta de algo: “Interculturalidad significa que los niños expresan mucho más en su propia cultura”. Si les hablaba de El señor de los Milagros no conseguiría nada. Un día, en cambio les habló sobre la época en que comienza la cosecha, entonces los niños se soltaron y comenzaron a hablar, a contar.

“Yo cometí un error. A veces no conocemos la realidad de una zona y creemos que todo va a funcionar igual en cualquier lado. Entonces dije: no, acá tenemos que cambiar”. Lo primero que hizo fue visitar las casas de los padres de familia y se dio cuenta de que las casas, todas humildes, eran además muy desordenadas. "Las mochilas por acá, los cuadernos tirados. Así no se podía”. Miriam reunió a los padres y les propuso organizar un espacio en sus casas para la lectura. A ese espacio le llamaron Ñawinchasu.

Apurímac
Apurímac

En ese momento, se dio cuenta de un problema mayor: la autonegación de la lengua materna por parte de los padres de familia por miedo a ser discriminados. “Tuve que sensibilizarlos y decirles: ‘no se enseña el quechua, lo que enseñamos es en quechua, en su lengua materna, a comprender el mundo que nos rodea”. Del mismo modo, Miriam entendió que cuando los niños aprender a leer y escribir en su lengua originaria se les hace mucho más fácil aprender el segundo idioma. “A fin de año, sin que yo tenga que trabajar el castellano, ellos logran leer ya algunas palabras. Como suenan igual, lo relacionan”.

Ese día, Miriam había logrado un gran descubrimiento. Como todas las noches, a la hora de la cena, se quedó con sus colegas conversando. Luego se despidió del profesor, quien cada noche extiende su colchón en un aula de la misma escuela donde trabajaban, y se fue junto con su colega a la vivienda donde viven ambas durante la semana. “Nosotros tuvimos que agarrar la mejor casa, la mejorcita, con piso de tierra, lo forramos con plástico o papeles para que al menos parezca cómoda”.

Apurímac
Apurímac

El pasado 5 de setiembre sonó su teléfono: la llamaron para informarme que era semifinalista en su región del concurso 'Maestro que deja huella' convocado por Interbank al que había postulado hace mucho tiempo. “Ya me había olvidado del proceso, pensé que se iba a suspender por motivo de la huelga magisterial”, admitió. “Una semana después recién nos comunicaron que ya había ganado a nivel de Apurímac y que teníamos que venir a Lima para poder sustentar nuestro proyecto ante un jurado espectacular. Estábamos muy nerviosos todos”.

La profesora rural recibió, anoche, el premio de manos del mismo presidente de la República, Pedro Pablo Kuczynski. “Me siento muy contenta de haber llegado hasta esta etapa. No me lo esperaba. Encontrarme al presidente en la ceremonia fue muy emocionante”. Durante la premiación, Miriam quiso cerrar la ceremonia con esta frase: “Para ser docente de vocación hay que tener alma y corazón de niño”. Su meta, dice, es mejorar el proyecto en su institución y luego compartir esta experiencia con las diez escuelas de Apurimac, el departamento donde vive: “Debo conversar con ellos para que no se queden, a veces no nos atrevemos a hacer lo que sí somos capaces”.

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