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Redacción PERÚ21

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Escritor

La exposición de Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) que se acaba de inaugurar en la galería Enlace, junto con un congreso sobre su obra que ha organizado la Casa de la Literatura Peruana, confirman, una vez más, su estatura de artista mayor. Pero esto no siempre fue así. Durante buena parte de su vida, este poeta y pintor legendario trabajó casi en silencio, sin contar con el debido reconocimiento, apenas alentado por un grupo de fieles admiradores, quienes lo convirtieron en una figura de culto. Si bien ahora la situación ha cambiado y es considerado un artífice fundamental, cabe preguntarse por qué nos demoramos tanto en vislumbrar el alcance de su genio creativo.

Como se sabe, Eielson se fue del Perú en 1948 y ya no volvió sino en contadas oportunidades y por poco tiempo. Hizo su carrera en Europa, donde era más conocido como artista que como poeta. En nuestro país, por el contrario, apreciábamos su veta literaria, lo que no deja de ser extraño si se tiene en cuenta que sus publicaciones eran exiguas y marginales. Hubo que esperar hasta mediados de la década del setenta para que apareciera un volumen que reuniera sus versos, Poesía escrita (1976), es decir, cuando el autor ya había pasado los 50 años. Peor aún, su obra plástica solo había sido exhibida en Lima en un par de ocasiones y no había suscitado más que cierta curiosidad.

Eielson fue un talento precoz y deslumbrante. Con apenas 21 años mereció el Premio Nacional de Poesía por Reinos, un breve conjunto de poemas que Jorge Basadre publicó como separata de su revista Historia. Antes de enrumbar al Viejo Continente, obtuvo el Premio Nacional de Teatro y realizó su primera exposición plástica, junto con su amigo Fernando de Szyszlo. Sin embargo, pese a estos tempranos logros, no ignoraba que en un ámbito cultural tan limitado como el nuestro estaba condenado al fracaso o la mediocridad. Por tanto, decidió partir al exilio. Gracias a una beca, viajó a París, donde se encontró con la efervescencia creativa e intelectual de la posguerra. Al cabo de una temporada, se trasladó a Roma y, más tarde, a Milán, ciudad en la que fijaría su residencia definitiva. En total, vivió en Europa casi sesenta años.

A Eielson le molestaba que lo encasillaran como poeta o pintor, etiquetas que a su juicio restringían su concepción estética. Después de todo, era un artista con una visión integral y multidimensional, de tal modo que seguía haciendo poesía cuando dejaba de escribir e improvisaba al piano, cuando pintaba un retrato de Marilyn Monroe (¡antes que se le ocurriera a Warhol!) o concebía una escultura "subterránea", o cuando recurría a su cuerpo para realizar una "performance".

Eielson tuvo una relación difícil con el Perú, pero nunca renunció a sus raíces. Más bien, fue un precursor al revalorar el arte precolombino, como lo prueban sus originales nudos hechos con telas de colores, que remiten a los antiguos quipus incas y representan una maravillosa síntesis entre tradición y modernidad. Fue un artista total y visionario que nos iluminó el camino que recién empezamos a recorrer.