Keiko Fujimori junto a los diputados del partido español Vox y el representante del Parlamento Europeo. (Foto: @KeikoFujimori)
Keiko Fujimori junto a los diputados del partido español Vox y el representante del Parlamento Europeo. (Foto: @KeikoFujimori)

Joaquín Rey

Esta semana Keiko Fujimori y algunos congresistas de las bancadas de Renovación Popular y Avanza País se reunieron con representantes de Vox, partido político español de ultra derecha. Víctor Gonzáles, vicepresidente y diputado de esta agrupación, y el eurodiputado Hermann Tertsch, estaban de paso por Lima en el marco de una gira internacional para promover la “Carta de Madrid”, iniciativa internacional de Vox para luchar contra el comunismo.

La gran mayoría de peruanos rechazamos la idea de un sistema comunista y, por tanto, no está mal que nuestros políticos se sumen a iniciativas de esta naturaleza. El problema en este caso es la contraparte.

Vox se fundó en 2013 como una escisión del ala más a la derecha del Partido Popular español. Aunque es aún un fenómeno relativamente pequeño en la política ibérica –tienen 52 de 350 diputados y solo 3 de 265 senadores– en los últimos dos años ha iniciado un franco proceso de crecimiento. El discurso del partido gira en torno a una agenda sumamente conservadora y xenófoba que plantea el retroceso en algunos de los cambios que se han dado en la vida pública de España y muchos otros países en las últimas décadas.

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Vox ha sido impulsor de medidas como el veto migratorio a países musulmanes, la derogación de leyes vinculadas a la violencia de género, la modificación o eliminación de normas sobre discriminación a homosexuales, y niega la problemática del cambio climático. Su líder Santiago Abascal asegura sentirse orgulloso de ser llamado “facha” (término coloquial para referirse a los fascistas en España).

El pasado 13 de agosto, día de la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlán, la cuenta oficial de Vox en Twitter manifestaba que, en aquella fecha, “España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas”. Una grosera simplificación de la historia solo comparable –en el extremo opuesto– a la del presidente Pedro Castillo en su discurso de investidura, en el que manifestó que el Tahuantinsuyo era un modelo de sociedad próspera e inclusiva hasta la llegada de la conquista.

Este paralelo ilustra el problema que implica tener una oposición que busque enfrentar a Pedro Castillo apoyándose en actores políticos como Vox. Combatir el radicalismo de izquierda desde el radicalismo de derecha pone a nuestro sistema político en un curso de colisión. Como he referido antes, un sistema político solo compuesto por extremos se vuelve inoperante y peligroso.

Esto es aún más grave si recordamos que hace solo unos meses Fuerza Popular hacía denodados esfuerzos por convencernos de que era una alternativa moderada y moderna frente a la izquierda anacrónica de Perú Libre. Esta promesa es incompatible con las posturas que defiende el cuestionado partido español. Dicho esto, cabe aclarar que la cercanía de ciertos miembros del partido de gobierno con Sendero Luminoso es mucho más condenable que la que pueda tener el fujimorismo con una agrupación como Vox. Pero ello no quita que esta última alianza sea sumamente dañina para nuestra democracia.

Lo que nuestro sistema político requiere hoy, más que trasnochados discursos extremistas, son actores genuinamente comprometidos con valores democráticos y republicanos. En ese sentido, Vox no tiene nada que ofrecer a la oposición y menos al Perú en el complejo momento que atraviesa hoy.

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