(Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)
(Foto: Josué Ramos Champi/ GEC)

Finalmente llega el gran día. Los peruanos tenemos que salir a votar teniendo en mente la defensa de los principios democráticos e institucionales y las entidades que aseguran su vigencia.

No podemos permitir un retroceso hacia épocas oscurantistas en las que la única voz audible era la de un Estado que, pese a fracasar en todos los ámbitos administrativos y redistributivos con que gobernaba el país, se resistía a abrir los mercados a las inversiones privadas, nacionales o extranjeras.

Porque de eso se trata este sufragio. Debemos defender con nuestro voto aquello que al menos significa la posibilidad de seguir peleando por un futuro mejor para nuestros hijos, de modernidad y democracia, de integración a las corrientes de desarrollo que lideran las economías planetarias de hoy, de libertad para mercados, opiniones e individuos, un futuro en el que podremos discrepar de tal o cual política, para mejorarla o denunciar sus falencias, sin amenazas, miedos ni censuras, porque existirá un Estado de derecho que lo permita o posibilite.

Estamos obligados a acudir a las urnas con fe y firmeza, para rechazar lo que es exactamente el negativo de esa esperanza de futuro, el retorno a un pasado de fracasos estatistas y confiscatorios, con un Estado autoritario que irá minando los fundamentos de la democracia peruana para perpetuarse en el poder, que cerrará mercados y nos aislará de los avances culturales, tecnológicos, industriales y comerciales del mundo contemporáneo.

Y ese modelo incontestable, de partido único, de ideología excluyente con quienes discrepan, y donde no tienen cabida derechos fundamentales como los de la mujer y las minorías, o que por ejemplo en la educación impondrá el carnet partidario sobre la meritocracia, las lealtades políticas sobre la calidad de la enseñanza, como ocurre en los escasos países donde hoy estas políticas dominan los aparatos del Estado a punta de violencia, sangre y fuego, no sin millones de exiliados, quiebra masiva de empresas, corrupción generalizada y atestando las cárceles con quienes los denuncian.

El domingo, como nunca antes, será esa la disyuntiva radical. Esta vez no es cosa ya de los alar-mistas ultramontanos que entran en trompo en cada proceso electoral. Esta vez va en serio: la amenaza es real. Y cada voto puede hacer la diferencia.