En la Venezuela de hoy, Nicolás Maduro asumió un tercer mandato entre denuncias de fraude, manipulación electoral y persecución a la oposición. Ayer, el breve secuestro de María Corina Machado dejó claro que, aunque intenten silenciar a quienes luchan, el espíritu de resistencia sigue vivo. Su liberación recuerda que las dictaduras temen a quienes no ceden su libertad ni su convicción de que otro futuro es posible.
¿Cómo llega una nación al punto en que los derechos básicos parecen un lujo? Las dictaduras no se imponen de un día para otro. Avanzan en silencio, debilitando instituciones y reprimiendo disidentes. Ofrecen soluciones rápidas a problemas complejos. Se presentan como la única salida frente al caos, pero lo que realmente construyen es un vacío: sin disenso, no hay progreso; sin voces que cuestionen, el poder se convierte en abuso. Venezuela nos recuerda que el autoritarismo avanza con promesas vacías hasta que los derechos se convierten en recuerdos.
En el Perú, nuestra democracia también enfrenta desafíos. La polarización, la corrupción y la desconfianza en las instituciones son problemas serios, pero no deben confundirse con una derrota. La democracia, con todas sus fallas, sigue siendo el único sistema que garantiza libertad, igualdad y la posibilidad de construir un mejor futuro. Esas son las conquistas que debemos proteger.
El verdadero riesgo no es enfrentar los retos de la democracia, sino abandonar los principios que la sostienen. Buscar atajos populistas o aceptar concentraciones de poder puede hacernos ceder lo más importante: nuestra capacidad de decidir y construir colectivamente. Cuando eso se pierde, lo que está en juego no es un gobierno, sino nuestra identidad como sociedad libre.
El balance de poderes es esencial. Cuando un poder domina sobre los demás, las democracias tambalean. En el Perú, vemos cómo este equilibrio se erosiona de a pocos: un Congreso que se impone, un Poder Judicial debilitado, y un Ejecutivo débil e irresponsable. Este deterioro no es inmediato, pero es evidente. Si no hacemos algo, podríamos perder aquello que aún nos permite construir un futuro libre.
Defender la democracia no es un acto simbólico, es un acto de supervivencia. El futuro no se construye desde el miedo, la resignación y el desdén. Se construye desde la libertad, con instituciones que se sostienen mutuamente. Porque donde hay democracia, hay posibilidad. Y esa posibilidad es el mayor legado que podemos dejar a las generaciones futuras.