Vizcarra y el síndrome del impostor. (EFE)
Vizcarra y el síndrome del impostor. (EFE)

A diferencia de otros inquilinos de Palacio, a Martín Vizcarra no le complace que le tiren las barajas de la suerte, sino las encuestas. En ellas encontró el mandato que no tenía cuando, por carambola, asumió la Presidencia: disolver el Congreso. Nada más complaciente para las mayorías informales y desafectas y para las reducidas pero influyentes élites antifujimoristas (autodenominadas “republicanas”). En esa confluencia de preferencias encontró Vizcarra sus bases de apoyo. Porque con su única acción de clausurar al Congreso fulminó al establishment político entero, y al fujimorismo en particular. Por los hechos del 30S, Vizcarra sintonizó con el sentido de inutilidad que los peruanos tradicionalmente le han endilgado al Parlamento y, a su vez, desfujimorizó la política peruana. De yapa, eliminó también al Apra.

Con ese probado golpe de efectividad, Vizcarra –simbólicamente– habría terminado su gobierno. Ni la opinión pública ni los antifujimoristas le van a pedir más. Quizás, por ello estuvo dispuesto –en su momento– a renunciar junto al fenecido Legislativo. Hubiese sido más heroico morir matando. Pero sobrevivió, como sobreviven quienes no hubiesen preferido hacerlo, o quienes no desearían continuar viviendo atormentados por el síndrome del impostor. Porque en estos meses posteriores al cierre del Congreso, Vizcarra no ha vuelto a reeditar esa audacia política –socializada en los cánones de la política regional– con la que embistió a sus rivales. Gobernó muy cómodo sin partido ni bancada, pero no puede acostumbrarse a hacerlo sin Congreso ni oposición. Por eso le urge tanto que la nueva representación nacional juramente, así la ciudadanía se desilusiona con lo de siempre y él no acrecienta la sensación de embaucador que le embarga cada vez que se enfrenta a la prensa y recuerda sus indignadas caminatas al Congreso por Jr. Junín.

Vizcarra, buen político y mal gobernante, ya pasó a la historia por lo primero. Porque quienes la escriben lo registrarán como un David frente al Goliat fujiaprista. Y porque quienes la recuerdan tendrán grabado en la memoria el 30S como los mayores rememoran el 5 de abril de 1992. Nuestra cultura política se forma con base en disoluciones congresales: la verdadera “marca Perú”. Mas, a diferencia del “autogolpe”, esta vez populistas y “republicanos” han caminado de la mano a la más reciente cuarentena asamblearia. Esa es, finalmente, la “coalición” capaz de perdonarle todo a Vizcarra, desde su magro récord de recambio de ministros cada 20 días, su insensibilidad ante la tragedia de VES y hasta su poca transparencia en asuntos tan delicados como la lucha contra la corrupción.

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