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Redacción PERÚ21

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Santiago Pedraglio,Opina.21spedraglio@peru21.com

Los países con las tasas más altas de homicidios son El Salvador, Guatemala y Honduras. El columnista ofrece datos sorprendentes: "En el 2011 fueron asesinadas 112 personas en Brasil, cada día. Y en México 7, cada día". En términos comparativos, en el 2012 la guerra en Afganistán se habría cobrado 3,238 vidas, "aproximadamente el número de asesinatos que hubo en Brasil en el 2011 cada mes".

Aunque Lima está conmocionada con tres asesinatos que han encendido la señal de alarma –el del comerciante Félix Gonzales, el del reportero gráfico Luis Choy y el del policía Hernán Garfias–, cabe anotar que el Perú no está a la cabeza de los países con mayor violencia urbana. No se trata de consolarse con esto, sino de reaccionar porque quizá estemos a tiempo de evitar una escalada.

El Estado debe aprender de experiencias "micro", como la de Ignacio Mantecón, el padre Chiqui, quien afirma que su trabajo con las pandillas juveniles de El Agustino le ha significado importantes enseñanzas. Hay que aprender de esto, y pronto.

Una clave, sostiene, es darles a los jóvenes en riesgo educación, empleo y un adecuado uso del tiempo libre. Su diagnóstico habla de tres vértices: la familia, que no solo está en muchos casos colapsada, sino que es fuente principal de violencia; la escuela, que sufre carencias, entre estas, la de psicólogos; y la calle, que reúne pero no ofrece opciones de crecimiento. Hay que llenar la calle de losas deportivas, arte, música –dice Chiqui–, pero todo con una mentalidad formativa, para crear un nuevo horizonte en la existencia de los jóvenes.

Esto no enrumbará todas las vidas. Tampoco evitará los crímenes, pero sí los reducirá, en un ámbito en que la diferencia equivale a establecer cuán fácil es para una persona matar y morir.