Visto para sentencia. (Reuters)
Visto para sentencia. (Reuters)

Es la frase ritual que pronuncian los jueces al dar por finalizado un juicio. Fue, por tanto, la frase que pronunció el presidente de la sala del Tribunal Supremo español una vez concluida la celebración de la vista del ‘procés’ al independentismo catalán.

Han sido, exactamente, 4 meses, más de 50 sesiones, cerca de 500 testigos, 12 acusados con sus defensas, 3 acusaciones y un Tribunal de 7 magistrados. Uno de ellos, mujer. No sé si será el juicio del siglo, pero este juicio no encuentra parangón en la historia del proceso penal español.

Todas, absolutamente todas las sesiones fueron transmitidas en directo. Todos, nacionales y extranjeros, hemos tenido la oportunidad de convertirnos en jueces. Hemos podido escuchar, desde el testimonio perturbador y escalofriante de una secretaria judicial rodeada por una multitud enfebrecida que le impidió durante 16 horas la salida a la calle; hasta los testimonios de quienes se apresuraron en calificar aquellas jornadas dramáticas de vacuo e intrascendente festín.

Este juicio, como pretende el relato independentista, no ha sido una farsa. Ha sido –dicho por un abogado de la defensa– un juicio ejemplar donde los derechos de los procesados han sido escrupulosamente respetados y donde ha quedado demostrada la solvencia profesional de la judicatura española.

A los jueces toca ahora aplicar la ley y así lo harán. A los independentistas, que ya han anunciado los siete males si la sentencia es condenatoria, repasar los principios del Estado de derecho y de la división de poderes. En el ínterin, y como colofón, los acusados proclamaron su inocencia, aunque insistieron en que volverían a hacer lo mismo. Vive Dios que hay momentos en que el silencio es el mejor consejero.

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