(GEC)
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Por José Antonio García Belaunde*

La historia del Perú, como la de todos los países, está hecha de luces y sombras. Y ellas, además, entremezclan el acontecer político interno, la lucha por el poder con los factores externos, aquellos que aparecen desde el inicio de la vida independiente ya sea para definir nuestro perfil de cara al mundo o para condicionar la actuación del Estado.

No es gratuito que muchas de las primeras tareas de las nacientes repúblicas americanas tuvieran que ver con temas esencialmente diplomáticos, como la búsqueda de reconocimiento internacional, la definición de su perfil territorial o el establecimiento de alianzas políticas y de seguridad, entre otros.

El Perú no fue la excepción a esta regla. Buscó desde el primer momento el reconocimiento internacional, que se logra plenamente recién a mediados del siglo XIX, cuando los entonces Estados Pontificios reciben a un plenipotenciario peruano.

Pero más importante, lo que más tiempo y esfuerzo ha demandado al Perú, ha sido la definición de su perfil territorial. Desde el inicio de la República tuvo que lidiar con ello. En el siglo XIX, la tarea era harto difícil; el caudillismo militar y el “Estado empírico”, como alguien lo definió, hacían difícil el manejo de la relación con cuatro vecinos cuestionando los títulos del Perú. A los que se sumaría luego Chile, con un Estado muy articulado y que generó una relación muy compleja a partir de una guerra de despojo.

Se puede creer que los límites terrestres se terminaron de establecer, aparentemente, en la primera mitad del siglo XX al firmarse con Ecuador el Protocolo de Río de Janeiro de 1942. Pero, en verdad, hasta la firma del Acta de Itamaraty en 1998, no terminamos de cerrar nuestras fronteras terrestres. En el caso de los límites marítimos, solo al firmarse el acuerdo con Ecuador en 2011 y luego en 2014 con el fallo de la Corte de Justicia de La Haya se concluyó toda esta larga historia. No exagero al decir que desde los primeros tratados de límites hasta las últimas delimitaciones marítimas, el tema de espacio que corresponde al Estado peruano nos ha acompañado como un hilo conductor de la historia republicana.

Junto a este relato y caminando en paralelo está la opción por la cooperación o la integración. Se dice con razón que las relaciones internacionales basculan entre el conflicto y la cooperación. El Perú tuvo muy claro desde el principio que debía empeñarse en la cooperación, desde la convocatoria que hiciera José Faustino Sánchez Carrión al Congreso de Panamá, saboteado por Bolívar para crear la Federación de los Andes, hasta la Alianza del Pacífico, iniciativa peruana plasmada en Lima en 2011. En ese largo espacio de tiempo estuvimos convocados y activos en procesos de integración económica como ALADI y la hoy Comunidad Andina.

El Perú inicia el siglo XX concentrado en recuperar las “provincias cautivas” y en concluir pendientes limítrofes. La Segunda Guerra Mundial nos alinea con los Aliados y la Guerra Fría con Estados Unidos. Pero, relajada esta, pudo afrontar con éxito, pero no sin dificultades y confrontaciones, la defensa de sus intereses en nuevos temas, como el derecho del mar o hacer suyas iniciativas como las que se plasmaron en el Grupo de Río o el de Lima.

Un bicentenario se nos avecina e invita a mirar con serenidad y reflexionar sobre este proceso que ha convocado a muchas generaciones de peruanos de talento y con sentido de patria.

Canciller de la República en el periodo 2006-2011*