Visión trasnochada

“El plan de cinco propuestas para reactivar la economía y generar empleo que acaba de presentar (...), solo redunda en un obsoleto estatismo”.
(Video: Canal N)

Durante la campaña presidencial de 2016, del cuasi anonimato, la entonces neófita candidata por el izquierdista Frente Amplio, Verónika Mendoza, saltó a la notoriedad pública gracias al solvente quechua con que brilló durante una de sus primeras presentaciones televisivas.

La anécdota, que fue un hit en las redes sociales, le sirvió para dar un inesperado salto en las encuestas –asustando al electorado más conservador– y hacer entrar al Parlamento a otros miembros de su agrupación, que, siguiendo una añeja tradición bolchevique, no tardó en dividirse por cuestiones de liderazgo. De ahí en adelante, sus dimes y diretes con su colega Marco Arana, así como con determinados líderes regionales populistas, de vaga verborrea zurda, que entran y salen de la cárcel –por temas ajenos a la política–, se hicieron conocidos, pero eso no le ha impedido fotografiarse o grabarse junto a ellos, repitiendo el resobado mantra de “Tía María no va”.

Es que ya desde su campaña presidencial, Mendoza se mostraba como una irreductible antiminera –socorrido lugar común en el discurso de cada nuevo radical que aparece por el horizonte– y como tal es que hoy se permite declarar, por ejemplo, que “lamenta que el gobierno haya otorgado una licencia de operaciones sin consultar a la población”, cuando lo que ha hecho el presidente Vizcarra es limitarse a… ¡cumplir la ley! Alega Mendoza, asimismo, que “la minería no necesariamente dinamiza la economía”. No entendemos de qué manera podríamos llamar entonces a la inversión estimada de 1,400 millones de dólares y los 9 mil puestos de trabajo que generaría el proyecto minero Tía María en sus dos primeros años de operaciones.

El plan de cinco propuestas para reactivar la economía y generar empleo que acaba de presentar a nombre de su partido Nuevo Perú, solo redunda en un obsoleto estatismo –únicamente contempla inversión pública, como si la inversión privada no existiese– que en otros países del mundo solo ha conducido al debilitamiento de sus democracias, la corrupción generalizada del Estado y la bancarrota de sus economías.

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