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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Pero era cierto. Verdad verdadera como solíamos decir de niños en Rosario cuando queríamos convencer o convencernos de que no estábamos sumergidos en ninguna fantasía. Basta mirar al Occidente rico, con su inmensa cola de pavo real, más desplumada y descolorida que en mucho tiempo, pontificar sobre el bien y el mal como en aquellos tiempos en los que la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS le hicieron creer –así son los pavos reales– que habíamos arribado al fin de la historia. Y en verdad, y gracias a los pavos reales y a sus opuestos extremos, que pueden ser tan soberbios como estos, nos acercamos más a un fin de la vida sobre el planeta que a la solución ideal de cómo los humanos debemos organizar nuestra existencia en armonía con la naturaleza y con nuestros semejantes.

Cuando oigo a los satisfechos por la realidad opinar como lo hacían dos décadas atrás, imagino que o bien han enloquecido o bien se han atornillado en la etapa infantil en la que se es incapaz de la autocrítica. Hoy, en plena crisis, dan como buenos los factores que la desataron. No de otra manera se puede entender cuando ponen a resolverla a sus mismísimos autores y estos, como es lógico, ofrecen las mismas soluciones tantas veces fracasadas. Quieren resolver un problema estructural dándole una mano de pintura al armazón. La viga es ocuparse de Cuba, Venezuela, Bolivia, etc. y no echar una mirada a los desatinos propios que son, además, los que crean las realidades diferentes que critican.