(AFP)
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Aunque sea imposible para muchos reconocerle algo positivo, la semana pasada Trump obtuvo uno de sus mayores logros. Los recién anunciados Acuerdos de Abraham establecerían la paz y la normalización de relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel.

Primero, para entender la magnitud de este pacto, revisemos un poco de historia. Después de las atrocidades cometidas contra los judíos en la Segunda Guerra Mundial, en 1947, se produce un plan de partición del entonces mandato británico de Palestina. El plan se aprueba en las Naciones Unidas con la mayoría de los países votando a favor (incluido Perú). Esta resolución repartía el territorio entre israelíes y palestinos, pero los árabes la rechazan. El resultado: guerras constantes contra Israel en el siglo XX. A lo largo del siglo, más de media docena de países árabes le declaran la guerra al Estado judío.

Con este acuerdo, EAU sería el tercer país árabe que normaliza relaciones con Israel, siguiendo a Jordania y Egipto. Este es un acto que requiere valentía de parte de los firmantes, considerando la oposición (a veces violenta). Por ejemplo, el expresidente egipcio Anwar Sadat fue asesinado por extremistas tras firmar la paz en 1979. Hoy, también hay opositores. El líder supremo de Irán y el liderazgo palestino consideran el acuerdo como traición. Sin embargo, otros le han dado la bienvenida. Israel espera que las naciones árabes de Omán y Baréin sigan los pasos de EAU. Joe Biden, contrincante de Trump, también aprueba el acuerdo.

EE.UU. ha logrado navegar por aguas tempestuosas al mediar un acuerdo que marca un paso hacia la paz regional. Incluso si nos duele admitirlo, en este caso, la administración Trump ha hecho bien.

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