notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Usted está harto. No entiende cómo es posible que Fredy Otárola o Martha Chávez –y el primero menos que la segunda, eso es indiscutible– hayan podido llegar a ser presidentes del Congreso de la República de su país. Quizás usted se acuerda de Manuel Ulloa Elías, de Luis Alberto Sánchez o de Felipe Osterling Parodi (este fue el último presidente del Senado, a quien Alberto Fujimori mandó a encerrar en su casa).

Frente a estos individuos, piensa, incluso la actual presidenta del Congreso, Ana María Solórzano, es una chiquilla. Y no es que los finaditos hayan hecho gran cosa cuando fue su turno, no realmente. De hecho, así visto (con añoranza y esa pizca de clasismo y racismo íntimos que no son culpa de usted), los peores congresos que ha tenido el Perú en los últimos 20 años coinciden con los mejores años en materia económica en la historia de nuestro país.Quizás –inconscientemente– es este hecho el que refuerza lo que piensan los tecnócratas en el sentido de que la gestión pública no debe mezclarse con la política.

Porque, ¿cómo así un país que registra un crecimiento promedio de 5% al año del Producto Bruto Interno, por 20 años, tiene un Congreso con muy pocos políticos profesionales (en el año 2011, de 1,516 candidatos que postularon, solo 62 postulaban a la reelección) y un ridículo 10% de aprobación? ¿Cómo se puede legislar así? ¿Cómo gobernar?

En términos simples, se puede porque a nadie le importa y eso es fatal para la democracia como sistema. Y a usted, que está harto, tampoco le importa (y eso también es indiscutible).

Y si no me cree, pregúntele a un Fujimori.