En Venezuela no hay navidad. (AFP)
En Venezuela no hay navidad. (AFP)

En Venezuela no hay Navidad. Todo se inició en aquella Navidad de 1998. La mayoría de los venezolanos votó por un populista, militar golpista, admirador de Fidel Castro. Ese lobo disfrazado de oveja se presentó como un Robin Hood defensor de los pobres y combatiente de la corrupción. Aquel pueblo no sabía que elegir a un presidente era un acto sagrado que marcaría el destino de nuestras vidas.

Uno de los planes de Chávez fue prostituir a la sociedad, colocando la miseria como forma de control social. El pueblo debía perder la capacidad de asombro. Había que llevarlo a la sobrevivencia.

Enterró a aquella sociedad que llevó al presidente Carlos Andrés Pérez a juicio por delito de malversación de fondos públicos por 17 millones de dólares de la partida secreta que habría sido utilizada para ayuda internacional a la presidenta Violeta de Chamorro en Nicaragua. Pérez acató la decisión judicial, renunció y pagó cárcel.

El caso Odebrecht ha creado sismos en varios países. Aquí, ni un leve temblor. Porque en una democracia, a un funcionario público que incurra en un acto de corrupción le cae el peso de la ley, pero más aún si es el presidente de la nación. Pero en Venezuela no pasa nada.

A dos sobrinos de la primera dama y el presidente, un juez de Nueva York los sentenció por narcotráfico. Y no pasó nada. El País de España publicó el tren de vida de algunos funcionarios chavistas que ocultaron 2,000 millones de euros en Andorra. Ese medio accedió a facturas con gastos de caviar, vino y relojes por cerca de 10 millones de euros. Nuestra sociedad se indigna, pero no puede hacer nada.