El vecino atarantado. (Getty)
El vecino atarantado. (Getty)

Mi vecino columnista, Aldo Mariátegui, a quien nunca antes le he respondido para evitar caer en ese bajo fondo en el que suele residir, ayer pasó una raya delicada que solo los cobardes se atreven a cruzar. Callarme sería otorgar. Así que no me queda otra que, por hoy, bajar varios peldaños a su nivel.

Irresponsablemente, Mariátegui siembra la duda de que mi esposa y yo logramos estudiar una maestría gracias a una “vara caviar”. ¿A ese nivel de conspiranoia ha llegado? Habla de una “beca conyugal”. Extrañas reminiscencias. ¿No será más bien que él, gracias a una “beca conyugal”, vive tan holgadamente en Madrid?

Que ponga en duda mi capacidad me tiene sin cuidado. Son varias las columnas que ha escrito sobre mí, y hasta me dedicó su triste remedo de libro. Pero meterse con alguien de mi familia, que nada tiene que ver entre él y yo, es un paso que no le voy a permitir. Es cobarde y mediocre, incluso para él. Ya quisiera tener él una pizca del vuelo intelectual y talento que tiene ella, que le abre paso en una de las mejores universidades del mundo, donde él será siempre un ilustre desconocido. Cuando sepa hacerse notar por algo que no sean simples chismes o suposiciones, hablamos.

Mariátegui también sembró dudas sobre los correos de marras de mi trabajo municipal, sin apuntar que los mismos revelan acciones habituales en la ejecución de un contrato de concesión, en absoluto fuera de lo legal o la ética pública. Hasta me intentó coludir con personas hoy cuestionadas. Ya basta. ¿Acaso yo puse en duda su situación con el juez Hinostroza?

Como escribí el martes, siempre estaré dispuesto a esclarecer todas las dudas que cualquier persona válidamente pueda tener, pero no para atender los puñales de trolls que no pierden oportunidad para esparcir mugre, como el vecino atarantado.

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