(Foto: Luis Centurión)
(Foto: Luis Centurión)

Esta semana quedará, sin duda, grabada en nuestra historia. Ha sido la primera vez en casi doscientos años de existencia republicana que un presidente es constitucionalmente forzado a dejar el cargo en medio de una crisis política de dimensiones diluvianas. Han sido días de angustia, pudor e incertidumbre frente a la nueva aparición de audios y videos en los que el calateo moral ha vuelto a avergonzarnos. A pesar de todo lo anterior, creo que debemos hacer el esfuerzo de encontrarle algo positivo a esta coyuntura que todavía anda empozada.

Nos hemos repetido como si fuese una letanía que somos un país adolescente con instituciones precarias y con un sistema republicano incapaz de hacer frente a las demandas de la realidad. Muy bien. Hoy podemos decir –con solvencia– que eso es menos cierto que nunca antes en nuestra historia. Es que es paradójico esto: el desastre que hemos visto en esta semana ha sido el desastre más respetuoso del Estado de derecho que nos haya tocado sortear. Hemos enfrentado una crisis política dentro del campo de acción constitucional.

Nunca antes en nuestro país un presidente había logrado renunciar frente a la inminencia de su fracaso. Y no necesariamente por falta de decisión. Sucedía, más bien, que ante el menor síntoma de crisis en el Gobierno, los militares se encargaban de dar un golpe de Estado y colocar un caudillo para que “ponga orden”. Hoy vivimos –y hemos logrado que se mantenga– la primavera democrática más larga en nuestra memoria: nunca habíamos logrado los peruanos ponernos de acuerdo en el respeto al sistema por tantos años.

Evidentemente, estamos lejos de tener instituciones impecables y una democracia indiscutible. Pero ya no estamos tan lejos: el presidente ha renunciado frente a la presión ejercida por el Congreso. La renuncia se dio dentro de un marco de predictibilidad completo. El vicepresidente fue formalmente notificado por el Congreso de lo sucedido y le anunció al país (desde Canadá) que se embarcaría hacia el Perú. Mientras eso sucedía, el presidente renunciante y su gabinete continuaron en el ejercicio de sus funciones.

Es un desastre el que nos ha tocado vivir. Pero si vemos esta crisis desde la perspectiva que el conocimiento de nuestra historia permite, la hemos manejado como una república. Y eso solamente ya es extraordinario. Kuczynski ha gobernado peor que Bustamante, pero se ha ido como Nixon y no como Belaunde.