(GEC)
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Antauro Humala hace política desde la prisión. No es primera vez que el sentenciado a 19 años por cinco delitos y cuatro muertes en el ‘Andahuaylazo’, coordina y da órdenes desde su condición de reo. No solo lo han cambiado, hasta ahora, cuatro veces de recinto carcelario por vulnerar las medidas de seguridad entre otros comportamientos indebidos, sino que quienes lo han visitado saben que goza de privilegios.

En el penal Virgen de la Merced, lugar donde cumplió varios años de condena por haber sido oficial del Ejército –una prisión menos rígida que Piedras Gordas I, donde fue grabado fumando marihuana en el año 2012, y Piedras Gordas II a donde fue trasladado en octubre del 2019–, aseguran que paseaba con dos perros y, más que celadores, contaba con un ‘valet’ para recibir a sus invitados.

“Me buscaron en dos oportunidades de parte de Antauro y cuando accedí ‘por curiosidad’ un chofer me llevó a su encuentro en una movilidad privada. En el penal de Chorrillos sostuvimos una reunión a solas”, detalla un profesor que prefiere no revelar su identidad. “La charla giró en torno a sus puntos de vista, a su obsesión por el tema racial, a su presencia política desde la acción civil y a un levantamiento para preparar su postulación en un futuro. Comprendí que por años se había reunido con políticos e intelectuales de la misma manera”.

Antauro Humala no solo tiene una ideología, una bancada en el Congreso, un periódico con su nombre, miles de militares ninguneados por el Estado que se identifican con él y a los que ofrece reivindicar, sino también un sistema penitenciario que funge de local de campaña. El líder etnocacerista, o etnonacionalista como prefiere ahora llamarse, mantiene relaciones políticas vigentes y se reúne virtualmente en simultáneo con cientos de personas con las que se prepara, a sus anchas, para salir en libertad en el 2024, justo dos años antes de unas nuevas elecciones para un electorado, hasta hoy, zambullido en el hartazgo y el desencanto.